Les contó otra parábola: «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre sembró en su campo.
Hechos 1:15 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento) Cierto día, se habían reunido como ciento veinte creyentes. Entonces Pedro se puso de pie en medio de ellos, y les dijo: Más versionesBiblia Reina Valera 1960 En aquellos días Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento veinte en número), y dijo: Biblia Nueva Traducción Viviente Durante aquellos días, cuando aproximadamente ciento veinte creyentes estaban juntos en un mismo lugar, Pedro se puso de pie y se dirigió a ellos: Biblia Católica (Latinoamericana) Uno de aquellos días, Pedro tomó la palabra en medio de ellos -había allí como ciento veinte personas- y les dijo: La Biblia Textual 3a Edicion En aquellos° días, levantándose Pedro en medio de los hermanos, dijo (y el grupo de personas° reunidas era alrededor° de ciento veinte): Biblia Serafín de Ausejo 1975 Uno de aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos -un grupo de unas ciento veinte personas personas en total- y dijo: Biblia Reina Valera Gómez (2023) Y en aquellos días Pedro se levantó en medio de los discípulos (el número de las personas allí reunidas, era como de ciento veinte), y dijo: |
Les contó otra parábola: «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza que un hombre sembró en su campo.
Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos».
Les aseguro que el que cree en mí, las obras que yo hago también él las hará. Y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre.
Por este motivo corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no dijo que no moriría, sino solamente: «Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti, qué?».
Entonces Pedro los invitó a pasar y los hospedó. Al día siguiente, Pedro se fue con ellos acompañado de algunos creyentes de Jope.
Los apóstoles y los creyentes de toda Judea se enteraron de que también los no judíos habían recibido el mensaje de Dios.
El Espíritu me dijo que fuera con ellos sin dudar. También fueron conmigo estos seis hermanos en la fe, y entramos en la casa de aquel hombre.
Cuando lo encontró, lo llevó a Antioquía. Durante todo un año se reunieron los dos con la iglesia y enseñaron a mucha gente. Fue en Antioquía donde a los discípulos se les llamó «cristianos» por primera vez.
Entonces decidieron que cada uno de los discípulos enviaría ayuda a los creyentes que vivían en Judea. Cada uno ayudaría según sus recursos.
Con la mano Pedro les hizo señas de que se callaran, y les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel. ―Cuéntenles esto a Santiago y a los otros creyentes —les dijo. Luego salió y se fue a otro lugar.
Pero los judíos que no creyeron convencieron a los no judíos de ir en contra de los que habían creído.
Algunos hombres de Judea llegaron a Antioquía y se pusieron a enseñar a los creyentes. Les decían: «A menos que ustedes se circunciden, obedeciendo a la tradición de Moisés, no pueden ser salvos».
De camino a Jerusalén, pasaron por Fenicia y Samaria. Allí contaron cómo los no judíos habían creído en Jesús. Estas noticias llenaron de alegría a todos los creyentes.
Al salir de la cárcel, Pablo y Silas se dirigieron a la casa de Lidia. Allí se encontraron con los creyentes y los animaron. Después, se fueron.
Tan pronto como se hizo de noche, los creyentes enviaron a Pablo y a Silas a Berea. Al llegar, se dirigieron a la sinagoga de los judíos.
En seguida los creyentes enviaron a Pablo hasta la costa, pero Silas y Timoteo se quedaron en Berea.
Pero no los encontraron. Entonces arrastraron a Jasón y a algunos otros creyentes ante las autoridades de la ciudad. Y gritaban: «¡Estos que han trastornado el mundo entero han venido también acá!
Pablo permaneció en Corinto algún tiempo más. Después, se despidió de los creyentes y comenzó el viaje rumbo a Siria. Lo acompañaron Priscila y Aquila. En Cencreas, antes de tomar un barco, Pablo se rapó la cabeza a causa de una promesa hecha a Dios.
Como Apolos quería pasar a Acaya, los creyentes lo animaron y les escribieron a los discípulos de allá para que lo recibieran. Cuando llegó, ayudó mucho a quienes, gracias al amor de Dios, habían creído en Jesús.
Al oírlo, alabaron a Dios. Luego le dijeron a Pablo: «Amigo, ya viste cuántos miles de judíos han creído. Y todos ellos siguen obedeciendo a la Ley.
Nosotros continuamos el viaje en barco. Desde Tiro fuimos a Tolemaida, donde saludamos a los creyentes y nos quedamos con ellos un día.
De esto son testigos el sumo sacerdote y todos los líderes del tribunal. Ellos incluso me dieron cartas de autorización para que nuestros amigos judíos de Damasco me ayudaran. Y fui allá con el fin de traer presos a Jerusalén a los creyentes que encontrara, para que fueran castigados.
Allí encontramos a algunos creyentes que nos invitaron a pasar una semana con ellos. Y por fin llegamos a Roma.
Después fue visto por más de quinientos creyentes a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto.
En ese mismo instante se produjo un violento terremoto. Por causa de este terremoto se derrumbó la décima parte de la ciudad y murieron siete mil personas. Los sobrevivientes, llenos de miedo, dieron gloria al Dios del cielo.
Sin embargo, tienes en Sardis a unos cuantos que no viven haciendo lo malo. Ellos merecen caminar conmigo vestidos de blanco, el color de la santidad.