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Juan 14:12 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)

12 Les aseguro que el que cree en mí, las obras que yo hago también él las hará. Y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

12 De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

12 »Les digo la verdad, todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores, porque voy a estar con el Padre.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

12 En verdad les digo: El que crea en mí hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores.

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La Biblia Textual 3a Edicion

12 De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, las obras que Yo hago, también él las hará; y mayores que éstas hará, porque Yo voy al Padre.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

12 'De verdad os aseguro: el que cree en mí, hará las obras que yo hago, y aun mayores las hará, porque yo voy al Padre.

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Juan 14:12
28 Referencias Cruzadas  

―Les aseguro que, si tienen fe y no dudan —les respondió Jesús—, no solo harán lo que he hecho con la higuera, sino que podrán decirle a este monte: “¡Quítate de ahí y tírate al mar!”, y así se hará.


Viendo a lo lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si hallaba algún fruto. Cuando llegó a ella, solo encontró hojas, porque no era tiempo de higos.


Estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán en nuevas lenguas.


»Ya me han oído decirles: “Me voy, pero vuelvo a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que yo.


Pero les digo la verdad. Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes. En cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes.


Pues bien dice el refrán: “Uno es el que siembra y otro el que cosecha”.


Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Sí, y cosas aún más grandes que estas le mostrará, que los dejará a ustedes asombrados.


―Voy a estar con ustedes un poco más de tiempo —afirmó Jesús—, y luego volveré al que me envió.


Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él. Hasta ese momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús aún no había entrado en su gloria.


Y es que los oían hablar en lenguas y alabar a Dios. Entonces Pedro respondió:


Así continuó durante muchos días. Por fin Pablo se molestó tanto que se volvió y le dijo al espíritu: ―¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella! Y en aquel mismo momento el espíritu la dejó.


La gente incluso ponía sobre los enfermos pañuelos y delantales que Pablo había tocado, y estos sanaban. Hasta los espíritus malignos salían de ellos.


Dios, con su poder, le dio un sitio de honor. Y él, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, nos lo ha dado a nosotros. Esto es lo que ustedes ahora ven y oyen.


Así pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados. Aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas.


«¿Qué vamos a hacer con estos sujetos? Es un hecho que por medio de ellos ha ocurrido un milagro evidente. Todos los que viven en Jerusalén lo saben, y no podemos negarlo.


Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. El amor inmerecido de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos.


Pero muchos de los que oyeron el mensaje creyeron. Así que la cantidad de creyentes, contando solo a los hombres, llegó a unos cinco mil.


Era tal la cantidad de hombres y mujeres que hasta sacaban a los enfermos a las plazas y los ponían en camillas. Esperaban que, al pasar Pedro, por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos.


Y el mensaje de Dios llegaba a la gente, de modo que la cantidad de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén. Incluso muchos de los sacerdotes aceptaban el mensaje.


De muchos endemoniados los espíritus malignos salían dando fuertes gritos. Un gran número de paralíticos y cojos quedaban sanos.


«Eneas —le dijo Pedro—, Jesucristo te sana. Levántate y tiende tu cama». Y al instante se levantó.


Pedro hizo que todos salieran del cuarto; luego se puso de rodillas y oró. Volviéndose hacia la muerta, dijo: «Tabita, levántate». Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó.


Esas poderosas maravillas y milagros que he hecho las he logrado hacer gracias al poder del Espíritu de Dios. Comencé a anunciar la buena noticia de Cristo en Jerusalén, por todas partes, hasta la región de Iliria.


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