Pues sabed que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. Y entonces dijo al paralítico: —Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Los hombres, maravillados, decían: —¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Se difundió su fama por toda Siria y le llevaban a todos los que tenían dolencias, a los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, a los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó.
Nadie me la quita, sino que libremente la doy. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar. Este es el mandamiento que recibí de mi Padre.
Este, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con su palabra poderosa, después de haber efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,
Cuando terminó Jesús estas palabras, la gente estaba admirada de su enseñanza,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Un día se hallaba Jesús enseñando y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y Jerusalén. El poder del Señor estaba con Jesús para sanar.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella nada de lo que ha sido hecho fue hecho.
—¿Quién es este que viene de Edom, de Bosra, con vestidos rojos? ¿Este, vestido con esplendidez, que avanza con fuerza arrolladora? —Soy yo, el que hablo con justicia, y tengo poder para salvar.
Al llegar la noche, le llevaron muchos endemoniados, y con la palabra echó fuera a los demonios y sanó a todos los enfermos,
para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias.
Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, pues vive siempre para interceder por ellos.
Él les dijo: —¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma.
Los hombres, maravillados, decían: —¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?
pero que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de los muertos.
cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Dios le ha enaltecido con su diestra elevándole a Príncipe y Salvador para ofrecer a Israel la conversión y el perdón de pecados.
En cambio para los que Dios ha llamado, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios,
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Entonces llamó a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para que los echaran fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Pero ya cerca del amanecer, Jesús fue hacia ellos andando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo andar sobre las aguas, se espantaron y dijeron: —¡Un fantasma! Y gritaron de miedo.
Pero en seguida Jesús les habló: —¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis.
Cuando lo reconocieron las gentes de aquel lugar, difundieron la noticia por toda la región. Entonces trajeron ante él a todos los enfermos y
le rogaban que les dejase solamente tocar el borde de su manto. Todos los que lo tocaron quedaron sanos.
Se le acercó mucha gente que traía consigo cojos, ciegos, mudos, mancos y otros muchos enfermos. Los pusieron a los pies de Jesús y los sanó.
La multitud se maravillaba al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y glorificaban al Dios de Israel.
Y yo también te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no tendrán poder para vencerla.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos.
Jesús les dijo: —Por vuestra poca fe. Os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza diréis a este monte: «Pásate de aquí allá», y se pasará; y nada os será imposible.
Pero este género de demonio no sale sino con oración y ayuno.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo.
Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos,
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos
porque allí donde están dos o tres congregados en mi nombre estoy yo en medio de ellos.
Todos se asombraron y se preguntaban entre sí: —¿Qué es esto? ¿Qué nueva enseñanza es esta que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?
Muy pronto se difundió su fama por todas las regiones que circundan Galilea.
puesto que, como había sanado a muchos, todos los que tenían dolencias se echaban sobre él para tocarle.
Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él y gritaban: —¡Tú eres el Hijo de Dios!
Él se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: —¡Calla, enmudece! Cesó el viento y sobrevino la calma.
y al hacerlo una parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y se la comieron.
Y les dijo: —¿Por qué estáis así, amedrentados? ¿No tenéis fe?
Entonces sintieron un gran temor y se decían unos a otros: —¿Quién es este que aun el viento y el mar le obedecen?
Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gadarenos.
Y suplicaba a Jesús con insistencia que no los enviara fuera de la región.
Cerca del monte pacía un gran hato de cerdos,
y los demonios le rogaron: —Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.
Jesús les dio permiso y los espíritus inmundos, saliendo del hombre, entraron en los cerdos, que eran como dos mil, y se precipitaron al mar por un despeñadero. Todos se ahogaron.
Quienes los apacentaban huyeron y difundieron el hecho en la ciudad y en los campos, y muchas personas acudieron a ver qué había sucedido.
Cuando llegaron a donde se encontraba Jesús, vieron que quien había estado atormentado por la legión de demonios se hallaba ahora sentado, vestido y en su juicio cabal. Y sintieron miedo.
Los testigos les contaron lo que había acontecido con el endemoniado y los cerdos.
Entonces comenzaron a rogarle que se fuera de su comarca.
Al subir Jesús a la barca, el endemoniado le rogaba que le permitiera quedarse con él.
Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: —Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas ha hecho el Señor contigo y cómo ha tenido misericordia de ti.
En cuanto Jesús salió de la barca, vino a su encuentro un hombre con un espíritu inmundo.
El hombre se marchó y comenzó a contar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho con él y todos se maravillaban.
Entre la gente estaba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de innumerables médicos, se había gastado en ellos todo lo que tenía sin provecho alguno, incluso empeoraba.
Como había oído hablar de Jesús, se abrió paso entre la multitud y se acercó a él por detrás para tocar su manto,
porque se decía a sí misma: «Si logro tocar tan solo su manto, me sanaré».
E inmediatamente la hemorragia cesó y sintió que había sanado del mal que la azotaba.
Moraba en los sepulcros y nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas.
Al instante, Jesús se dio cuenta del poder curativo que había salido de él y volviéndose hacia la multitud preguntó: —¿Quién ha tocado mis vestidos?
Sus discípulos le dijeron: —Ves que la multitud te aprieta y preguntas «¿Quién me ha tocado?».
Él seguía mirando alrededor para ver quién lo había hecho.
La mujer se había dado cuenta de lo que le había ocurrido y, temerosa y temblando, fue hacia Jesús, se postró ante él y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de la enfermedad que te ha azotado.
Le tomó la mano y le dijo: —¡Talita, cumi! (que significa: «Niña, a ti te digo, levántate»).
La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y echó a andar. Todos los presentes se asombraron.
Entonces convocó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Dondequiera que llegaba, ya fueran aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los enfermos y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su manto. Todos cuantos lo tocaban quedaban curados.
Entonces mandó a la multitud que se recostara sobre la tierra, tomó los siete panes y, tras haber dado gracias, los partió y dio a sus discípulos para que se los ofrecieran y los discípulos los distribuyeron.
Tenían también unos pocos peces. Jesús los bendijo y también ordenó distribuirlos.
Comieron y se saciaron. Luego recogieron los pedazos que habían sobrado y llenaron siete canastas.
Los que comieron eran como cuatro mil, y Jesús los despidió.
Jesús, mirándolos fijamente, dijo: —Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios.
Estas señales seguirán a los que crean: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas;
tomarán serpientes en las manos; aunque beban veneno no les hará daño y pondrán sus manos sobre los enfermos y sanarán.
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón, para pregonar libertad a los cautivos, para dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos
y para predicar el año de gracia del Señor.
Todos estaban perplejos y comentaban: —¡Qué poderosa es la palabra de este hombre! ¡Con qué autoridad da órdenes a los espíritus inmundos y estos salen!
Y la fama de Jesús se difundía por toda la región.
En otra ocasión, sucedió que en una de las ciudades por donde pasaba Jesús se presentó un hombre lleno de lepra, quien al ver a Jesús se arrodilló y, rostro en tierra, le rogaba: —Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Jesús entonces extendió la mano y le tocó diciendo: —Quiero, sé limpio. Al instante la lepra desapareció.
Sabed que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados. Entonces se dirigió al paralítico con estas palabras: —A ti te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Descendió con ellos del monte y se detuvo en un lugar llano. Junto a ellos había muchos de sus discípulos y una gran multitud de gentes de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón que habían venido para oírle y para ser sanados de sus enfermedades.
También sanó a quienes habían sido atormentados por espíritus inmundos.
Todo el mundo procuraba tocarle porque salía de él un poder que sanaba a todos.
Se acercó y tocó el féretro. Quienes lo llevaban se detuvieron y dijo Jesús: —Joven, a ti te digo, levántate.
El muerto se incorporó y comenzó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre.
En ese mismo momento Jesús curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de espíritus malignos. También dio vista a muchos ciegos.
Y les dijo: —¿Dónde está vuestra fe? Atemorizados y llenos de asombro, se preguntaban entre ellos: —¿Quién es este, que da órdenes a los vientos y a las aguas y le obedecen?
Pero una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía sin obtener remedio alguno para su mal,
se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. Al instante se detuvo la hemorragia.
Entonces Jesús dijo: —¿Quién me ha tocado? Todos negaban haberlo hecho. Pedro dijo: —Maestro, la gente te aprieta, te oprime y preguntas ¿quién me ha tocado?
Jesús insistió: —Alguien me ha tocado porque yo he sentido que de mí ha salido poder.
Viendo la mujer que no había pasado desapercibida, se acercó temblando a Jesús y postrándose a sus pies declaró delante de todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo al instante había sido curada.
Jesús le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Ve en paz.
Habiendo reunido Jesús a los doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y también para curar enfermedades.
Cuando volvieron los apóstoles, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Jesús se los llevó a solas a un lugar desierto hacia una ciudad llamada Betsaida.
Pero la gente se enteró y le siguió. Jesús los recibió, les hablaba del reino de Dios y curaba a quienes lo necesitaban.
El día había comenzado a declinar y acercándose los doce le dijeron: —Despide a la gente para que yendo a las aldeas y campos vecinos busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar desierto.
Él les dijo: —Dadles vosotros de comer. Respondieron ellos: —No tenemos más que cinco panes y dos peces, a no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta multitud.
Los congregados eran como cinco mil. Entonces dijo a sus discípulos: —Haced que se recuesten formando grupos de cincuenta.
Así lo hicieron: todos se recostaron.
Y Jesús, tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió y dio a sus discípulos para que estos los distribuyeran entre la gente.
Comieron y se saciaron todos, y recogiendo los pedazos sobrantes llenaron doce cestas.
En una ocasión Jesús estaba orando a solas, los discípulos estaban con él y les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos respondieron: —Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, algún profeta de los antiguos que ha resucitado.
Y los envió a predicar el reino de Dios y a curar a los enfermos.
Pero la gente se enteró y le siguió. Jesús los recibió, les hablaba del reino de Dios y curaba a quienes lo necesitaban.
Todos se admiraban ante la grandeza de Dios. Mientras todos seguían admirados por lo que Jesús había hecho, dijo a sus discípulos:
Los setenta regresaron con alegría diciendo: —¡Señor, hasta los demonios se someten a nosotros en tu nombre!
Jesús contestó: —Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
Os doy autoridad para que pisoteéis las serpientes, los escorpiones y todo el poder del enemigo, sin que nada ni nadie pueda dañaros.
Sabed que yo os enviaré la promesa de mi Padre, pero quedaos en Jerusalén hasta que seáis investidos del poder que viene desde lo alto.
Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la gloria que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Jesús les dijo: —Llenad de agua estas tinajas. Y las llenaron hasta arriba.
Luego añadió: —Sacad ahora un poco y llevádselo al encargado del banquete. Y se lo llevaron
y cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía (aunque sí lo sabían los sirvientes que lo habían sacado), llamó al esposo
Como el Padre levanta a los muertos y les da vida, así el Hijo da también vida a los que quiere,
Os aseguro que quien oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna y no será condenado, sino que ha pasado de muerte a vida.
Igualmente os aseguro que llega el tiempo, en realidad ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán.
Jesús respondió: —Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que en mí cree no tendrá sed jamás.
El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para entender esto. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Nuevamente, Jesús les habló en estos términos: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Yo les doy vida eterna, no perecerán jamás ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las dio, es mayor que todos y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
El portero le abre y las ovejas oyen su voz. Las llama por su nombre y las hace salir del redil.
El Padre y yo uno somos.
Replicó Jesús: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo voy al Padre y
todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si pedís algo en mi nombre, yo lo concederé.
Yo soy la vid; vosotros, los pámpanos. El que permanece en mí y yo en él lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer.
Os he dicho estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad: yo he vencido al mundo.
Le has otorgado potestad sobre toda la humanidad para que dé vida eterna a todos los que tú le confiaste.
Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.
Israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con maravillas, prodigios y señales que Dios realizó entre vosotros por medio de él, como bien sabéis,
Sepa, pues, certísimamente toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros crucificasteis.
Entonces Pedro le dijo: —No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
sabed, pues, todos vosotros y todo el pueblo de Israel que este hombre que se encuentra ante vosotros ha sido sanado en el nombre de Jesús el Cristo, el nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos.
mientras extiendes tu mano para que se hagan sanaciones, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.
Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo. Todos se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón.
Hizo esto durante muchos días hasta que Pablo, ya harto, se enfrentó con el espíritu y le dijo: —Te ordeno en el nombre de Jesucristo que salgas de ella. Y salió en aquel mismo momento.
Pues, si por un delito reinó la muerte, por causa de uno, mucho más reinarán por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.
Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús habita en vosotros, el que levantó a Cristo de los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la derecha de Dios, el que también intercede por nosotros.
Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Pero él me ha dicho: «Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, de buena gana me jactaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo habite en mí.
y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa.
Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.
Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y lo sentó a su derecha en los cielos,
sobre todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se invoca, no solo en este mundo, sino también en el venidero.
Pido que, por su Espíritu, y conforme a las riquezas de su gloria, os dé el ser fortalecidos con poder en lo más íntimo de vuestro ser;
para que por la fe Cristo habite en vuestros corazones, y para que, arraigados y cimentados en amor,
En él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles; tronos, señoríos, principados, potestades; todo fue creado por medio de él y para él.
Y él existía antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.
Porque al Padre le agradó que en él habitara toda la plenitud,
a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en los cielos, y hacer la paz mediante la sangre de su cruz.
Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también acompañado de poder, en el Espíritu Santo y con profunda convicción. Bien sabéis que cuando estuvimos entre vosotros nuestro comportamiento fue para vuestro bien.
Su castigo será la perdición eterna, excluidos de la presencia del Señor y de su glorioso poder,
Esto que digo es muy cierto y digno de ser aceptado por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
Por eso hallé misericordia, para que Jesucristo mostrara primero en mí toda su clemencia y así ser ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.
Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Pero ahora esta gracia ha sido manifestada por la venida de nuestro Salvador Jesucristo, quien así mismo quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio.
Así que, lo mismo que los hijos han compartido una misma carne y sangre, Jesús también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.
De este modo liberó a todos los que, por el temor de la muerte, estaban durante toda la vida sometidos a esclavitud.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo de la misma manera que nosotros; pero él no pecó.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia en el momento en que precisemos de su ayuda.
Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, una vez muertos a los pecados, vivamos para la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados!
Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Es verdad que sufrió la muerte física, pero en el espíritu fue vivificado;
El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto vino el Hijo de Dios para destruir las obras del diablo.
porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo, y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
«Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin», dice el Señor, «el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso».