Estar muerto espiritualmente significa estar separado de Dios. Cuando Adán pecó en Génesis 3:6, inició la muerte para toda la humanidad. El mandato de Dios a Adán y Eva era que no podían comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Venía con la advertencia de que la desobediencia resultaría en la muerte: «Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás». La frase «ciertamente morirás» podría traducirse literalmente como «muriendo morirás». Esto implica un estado continuo de muerte que comenzó con la muerte espiritual, sigue a lo largo de la vida como una decadencia gradual del cuerpo y culmina con la muerte física. La muerte espiritual inmediata resultó en la separación de Adán de Dios. Su acto de esconderse de Dios en Génesis 3:8 demuestra esta separación, al igual que su intento de culpar a la mujer por el pecado en Génesis 3:12.
Lamentablemente, esta muerte espiritual – y eventualmente física – no se limitó a Adán y Eva. Como representante de la raza humana, Adán llevó a toda la humanidad a su pecado. Pablo aclara esto en Romanos 5:12, explicando que el pecado y la muerte entraron en el mundo y se extendieron a todos los hombres a través del pecado de Adán. Además, Romanos 6:23 dice que el salario del pecado es muerte; los pecadores deben morir porque el pecado nos separa de Dios. Cualquier separación de la Fuente de Vida naturalmente resulta en nuestra muerte.
Pero no solo el pecado heredado provoca la muerte espiritual; nuestra propia naturaleza pecaminosa contribuye también. Efesios 2 enseña que antes de nuestra salvación estábamos «muertos» en nuestros delitos y pecados (versículo 1). Esto claramente refiere a una muerte espiritual, ya que físicamente aún estábamos «vivos» antes de ser salvados. Mientras permanecíamos en esa condición espiritualmente «muertos», Dios nos salvó (versículo 5; ver también Romanos 5:8). Colosenses 2:13 reitera esta verdad: «Y a vosotros, estando muertos en pecados… os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados».
Dado que estamos muertos en pecado, somos completamente incapaces de confiar en Dios o en Su palabra. Jesús afirma repetidamente que somos impotentes sin Él «Yo soy la vid, ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto; separados de mí no pueden hacer nada», (Juan 15:5), y que no podemos ir a Él sin el permiso de Dios «Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final», (Juan 6:44). Pablo enseña en Romanos 8 que nuestra mente natural no puede someterse a Dios ni complacerlo (versículos 7-8). En nuestro estado caído, somos incapaces de comprender incluso las cosas de Dios «Pero el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque le parecen necedad; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.», (1 Corintios 2:14).
La obra de Dios por la cual nos hace vivir desde la muerte espiritual se llama regeneración. La regeneración se realiza únicamente por medio del Espíritu Santo, mediante la muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando somos regenerados, recibimos vida juntamente con Cristo, «porque aun cuando estábamos muertos en nuestros pecados, nos dio vida al levantarnos junto con Cristo (¡por gracia habéis sido salvados!)».(Efesios 2:5) nos dice que fuimos salvados y renovados por el Espíritu Santo. No fue por nuestras acciones justas, sino por su misericordia. Dios nos limpió de nuestros pecados, nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva a través del Espíritu Santo (Tito 3:5). Es como nacer de nuevo, tal como Jesús enseñó a Nicodemo en Juan 3:3,7. Al ser vivificados por Dios, no moriremos jamás, ya que tenemos la vida eterna. Jesús enseñó con frecuencia que creer en Él es tener la vida eterna (Juan 3:16,36; 17:3).
El pecado lleva a la muerte. La única forma de escapar de esa muerte es acudir a Jesús mediante la fe, siendo atraídos por el Espíritu Santo. La fe en Cristo nos lleva a una vida espiritual y, últimamente, a la vida eterna.