El dominio propio es la capacidad de controlar las emociones. Es la templanza que se debe tener ante las posibles situaciones adversas.

Hoy en día es común ver como la mayoría de las personas pierden los estribos y la cordura ante una situación desagradable.
Las largas colas, el tráfico vehicular o el congestionamiento de los bancos, pueden ser los principales causantes de que una persona colapse al punto de perder el dominio propio.
En todos lados se pueden encontrar personas estresadas como resultado de la rutina diaria, las cuales son más vulnerables a perder la cordura con facilidad.
La situación empeora cuando las palabras ofensivas no son suficientes, sino que hacen uso de los golpes como método de resolución de los conflictos.
Aunque cada día genera estrés tanto a nivel laboral como personal, es necesario recordar que las personas pueden dominar sus emociones, evitando así ser controlados por ellas.
¿Qué enseña la Biblia acerca del dominio propio?
Bíblicamente hay ejemplos claros de hombres que perdieron el dominio sobre sus emociones, como lo es el caso de Caín, quien se enojó cuando Dios acepto más grata la ofrenda de su hermano Abel (Génesis 4:3-5).
A lo que Dios le respondió: «Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto, entonces, ¡ten cuidado! El pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte; pero tú debes dominarlo y ser su amo», Génesis 4:7.
Claramente el Señor conocía los pensamientos y los sentimientos de Caín, por lo cual le advirtió sobre no dejarse llevar por la ira sino más bien a dominarse así mismo.
¿Cómo podemos dominar nuestras emociones?
El no dominar las emociones puede llevar a cometer errores que luego son irreparables, cada acción que se comete deja huellas en las demás personas sean buenas o malas.
Por lo cual la palabra de Dios insta al hombre a no dejarse llevar por sus sentimientos y emociones, sino más bien a señorear sobre ellos para dominarse así mismo y tener una vida más plena.
Lo más importante es recordar que Dios le ha dejado a la humanidad el Espíritu Santo, el cual es el consolador y guía. Es necesario pedirle cada día que lo ayude a controlar sus emociones.
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley», Gálatas 5:22-23.