Dios, que os ha llamado a compartir la vida de su Hijo Jesucristo, es un Dios que cumple su palabra.
Jesús contestó: - Mi madre y mis hermanos son todos los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica.
Jesús contestó: - ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, señalando con la mano a sus discípulos señaló: - Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.
Jesús les contestó: - Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed.
y le pido que derrame sobre vosotros los tesoros de su bondad; que su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser; que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida; que el amor os sirva de cimiento y de raíz.
Vosotros ya estáis limpios, gracias al mensaje que os he comunicado. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.
El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como se hace con el sarmiento improductivo. Estos sarmientos arrancados se secan, y luego son amontonados y arrojados al fuego para que ardan.
Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su misma muerte.
Les he dado a conocer quién eres, y continuaré dándoselo a conocer, para que el amor que tú me tienes esté también en ellos y para que yo mismo esté en ellos.
Los que son del mundo dejarán de verme dentro de poco; pero vosotros seguiréis viéndome, porque la vida que yo tengo la tendréis también vosotros.
Ahora, pues, ninguna condena pesa ya sobre aquellos que están injertados en Cristo Jesús.
El cristiano es un hombre nuevo; lo viejo ha pasado, y una nueva realidad está presente.
Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo sufra los mortíferos efectos del pecado, el espíritu vive a causa de la fuerza salvadora de Dios .
haciéndoles conocer la gloria y la riqueza que este plan encierra para todas las naciones. Me refiero a Cristo, que vive en vosotros y es la esperanza de la gloria.
Se dice también: 'La comida es para el estómago, y el estómago, para la comida' ; pero la verdad es que Dios hará que perezcan ambas cosas. Y, en toda caso, el cuerpo no está hecho para la lujuria, sino para el Señor. A su vez, el Señor es para el cuerpo, pues Dios, que con su poder resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros. ¿Ignoráis que vuestros cuerpos son miembros del cuerpo de Cristo? ¡No quiero ni pensar que pueda tomarse un miembro de Cristo para convertirlo en miembro de prostituta!
Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, por cuanto, si ahora participamos en sus sufrimientos, también compartiremos la gloria con él.
Ahora, en cambio, injertados en Cristo Jesús, gracias a su muerte ya no estáis lejos sino cerca.
Judas, no el Iscariote, sino el otro, le preguntó: - Señor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros y no a los que son del mundo?
Muertos al mundo, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vida vuestra, se manifieste, también vosotros apareceréis, junto a él, llenos de gloria.
Sabido es que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros, y que los diversos miembros constituyen un solo cuerpo. Lo mismo sucede con Cristo.
Vosotros formáis el cuerpo de Cristo, y cada uno por separado constituye un miembro.
Injertados en Cristo y partícipes de su muerte, hemos de compartir también su resurrección.
Porque no nos ha destinado Dios al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. El fue quien murió por nosotros a fin de que, despiertos o dormidos, vivamos siempre en él.
¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso! ¡Poned mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón! Así encontraréis descanso para vuestro espíritu,
Dirigiéndose a los judíos que habían creído en él, dijo Jesús: - Si os mantenéis firmes a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos;
Quien vive unido a Cristo no comete pecado; quien sigue pecando, es que no ha visto ni conocido a Cristo.
Fueron esta gloria y esta fuerza las que nos alcanzaron los preciosos y sublimes dones prometidos. De este modo participáis de la misma condición divina, habiendo huido de la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo.
Quien vive unido al Hijo, tiene la vida; quien no vive unido al Hijo de Dios, no tiene la vida.
Seguro estoy de que nada, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni cualquiera otra suerte de fuerzas sobrehumanas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni criatura alguna existente, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos ha mostrado por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Sabemos, en fin, que el Hijo de Dios ha venido y ha iluminado nuestras mentes para que conozcamos al verdadero. Con él estamos unidos mediante su Hijo Jesucristo, que es Dios verdadero y vida eterna.
Alabemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda suerte de bienes espirituales y celestiales.
Quien se descarría y no se mantiene en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios. Pero quien se mantiene en la doctrina de Cristo tiene al Padre y al Hijo.
Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí. Mi vida en este mundo consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí.
¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía.
En honor de mi Padre redunda el que produzcáis fruto en abundancia y os manifestéis así como discípulos míos.
Yo soy el buen pastor. Como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre, así conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Y doy mi vida por mis ovejas. (Está escrito en el anterior)
Si guardamos sus mandamientos, permanecemos en Dios y Dios en nosotros, como nos lo hace saber el Espíritu que nos dio.
Y, viviendo, en cambio, con autenticidad en el amor, esforcémonos por crecer en todo, puesta la mira en aquel que es la cabeza: Cristo. El es quien hace que el cuerpo entero, bien ensamblado y unido mediante el conjunto de ligamentos que lo alimentan y según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo como cuerpo, construyéndose a sí mismo en el amor.
De manera semejante, nosotros, siendo muchos, estamos injertados en Cristo para formar un solo cuerpo, y cada uno es un miembro al servicio de los demás.
Toma como modelo la sana enseñanza que me oistes acerca de la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Y conserva este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.
es el amor de Cristo; un amor que desborda toda ciencia humana y os colma de la plenitud misma de Dios.
Si alguna fuerza tiene una advertencia hecha en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu, si alienta en vosotros un corazón afectuoso y compasivo, llenadme de alegría teniendo el mismo pensar, alimentando el mismo amor, compartiendo los mismos sentimientos, buscando la común armonía.
Porque el Señor mismo bajará del cielo tras la voz de mando, cuando suene el clamor del arcángel y se escuche la trompeta de Dios. Entonces resucitarán los que murieron unidos a Cristo. Después, nosotros, los que aún quedemos vivos, seremos arrebatados, junto con ellos, a las nubes, y saldremos por los aires al encuentro del Señor. De este modo viviremos siempre con el Señor.
Estamos seguros de que vivimos en Dios y Dios vive en nosotros, porque nos ha hecho partícipes de su Espíritu.
¿Es que puede haber algo en común entre el templo de Dios y los ídolos? Pues nosotros somos templos de Dios vivo. Así lo ha dicho Dios mismo: En medio de ellos habitaré y caminaré a su lado; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Ese mismo Espíritu se une a nuestro propio espíritu para asegurarnos que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, por cuanto, si ahora participamos en sus sufrimientos, también compartiremos la gloria con él.
Habéis aceptado a Cristo Jesús, el Señor, comportaos ahora de manera consecuente. Que él sea cimiento y raiz de vuestra vida; manteneos firme en la fe, según lo que aprendisteis, y vivid en incesante acción de gracias.
Yo en ellos, y tú en mí, para que lleguen a la unión perfecta; así el mundo reconocerá que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí.
Por lo que a vosotros atañe, sed fieles al mensaje que oísteis desde el principio. Así participaréis de la vida del Padre y del Hijo.
dio gracias, lo partió y dijo: 'Esto es mi cuerpo; os lo entrego por vosotros; haced esto en memoria mía'. Después de cenar tomó igualmente la copa y dijo: 'Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis de ella, hacedlo en memoria mía.' Y, de hecho, siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis proclamando la muerte del Señor, en espera de que él venga.
Restablecidos, pues, en la amistad divina por medio de la fe, Jesucristo nuestro Señor nos mantiene en paz con Dios.
y enseñándoles a cumplir lo que yo os he encomendado. Y sabed esto: que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.
El es quien nos ha rescatado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, del que nos viene la liberación y el perdón de los pecados.
el Espíritu de la verdad. Los que son del mundo no pueden recibirle, porque ni le ven ni le conocen; vosotros, en cambio, le conocéis, porque vive en vosotros y está en medio de vosotros.
Si me amáis de verdad, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Abogado que os ayude y esté siempre con vosotros:
Hermanos, como veis, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo de su propia humanidad. Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con un corazón sincero y lleno de fe; acerquémonos con una conciencia limpia de pecado y con el cuerpo bañado en agua pura.
Y prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones; y el Espíritu clama: ' ¡Padre! '
también vosotros, como piedras vivas, constituís un templo espiritual y un sacerdocio consagrado, que por medio de Jesucristo ofrece sacrificios espirituales y agradables a Dios.
Quien proclama que Jesús es el Hijo de Dios, vive en Dios y Dios vive en él. Por nuestra parte, sabemos que Dios nos ama, y en él hemos puesto nuestra confianza. Dios es amor, y quien ha hecho del amor el centro de su vida, vive en Dios y Dios vive en él.
Nosotros, por tanto, si hemos muerto con Cristo, debemos confiar en que también viviremos con él;
¡Habéis resucitado con Cristo! Orientad, pues, vuestra vida hacia el cielo, donde está Cristo sentado al lado de Dios, en el lugar de honor. Poned el corazón en las realidades celestiales y no en las de la tierra. Muertos al mundo, vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
(Y la vida eterna consiste en que te reconozcan a ti como único Dios verdadero, y a Jesucristo como tu enviado.)
No permitáis que la fiebre del dinero se apodere de vosotros; contentaos con lo que tenéis, ya que es Dios mismo quien ha dicho: Nunca te abandonaré , jamás te dejaré solo.
Te pido que todos vivan unidos. Padre, como tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros. De este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado.
Porque Cristo es la razón de mi vida, y la muerte, por tanto, me resulta una ganancia.
Muertos estábamos en razón de nuestras culpas, Dios nos hizo revivir a una con Cristo - ¡vuestra salvación es pura generosidad de Dios! -, nos resucitó y nos sentó con Cristo Jesús en el cielo.
a quién amáis y en quien confiáis aún sin haberle visto. Os alegraréis, con un gozo inenarrable y radiante,
Jesús le dijo: - ¿De modo que estás dispuesto a dar tu vida por mí? Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces.
Y nosotros, por nuestra parte, podemos acercarnos a Dios libre y confiadamente mediante la fe.
Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara sirviéndose de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que hagáis la paz con Dios. Cristo fue del todo inocente; más, por nosotros, Dios le trató como al propio pecado, para que por medio de él experimentemos nosotros la fuerza salvadora de Dios.
Igualmente vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús.
Felices los que anhelan que triunfe lo que es justo y bueno, porque su deseo será cumplido.
Que la paz de Cristo reine en vuestras vida; a ella os ha llamado Dios para formar un solo cuerpo. Sed agradecidos.
nos ha destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo.
Pero vosotros no vivís entregados a tales apetencias, sino al Espíritu, ya que el Espíritu de Dios vive en nosotros. El que carece del Espíritu de Cristo, no pertenece a Cristo.
Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco, y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni podrá nadie arrebatármelas,
El fue quien murió por nosotros a fin de que, despiertos o dormidos, vivamos siempre en él.
Si, siendo enemigos, Dios nos reconcilió consigo mediante la muerte de su Hijo, ahora que estamos en paz con él, ¿no va a salvarnos haciéndonos participar de su vida?
Porque ¿quién conoce el modo de pensar del Señor hasta el punto de poder darle lecciones? ¡Ahora bien, nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo!
Y estoy seguro de que Dios, que ha comenzado entre vosotros una labor tan excelente, irá dándole cima en espera del día de Cristo Jesús.
Padre, es mi deseo que todos éstos que tú me has confiado lleguen a estar conmigo donde esté yo, para que gocen contemplando mi gloria, la gloria que tú me diste, porque ya me amabas antes que el mundo existiese.
Unos y otros gracias a él y unidos en un solo Espíritu, tenemos abierto el camino que conduce al Padre.
Por todas partes vamos reproduciendo en nuestro cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que en este mismo cuerpo resplandezca la vida de Jesús. En efecto, mientras vivimos, no dejamos de estar en trance de muerte por causa de Jesús, para que, a través de nuestra naturaleza mortal, se haga manifiesta la vida de Jesús.
Es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad, y en él, que es cabeza de todo principado y de toda potestad, habéis alcanzado vuestra plenitud.
Al contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no fomentéis las desordenadas apetencias de la humana naturaleza.
Sois hijos amados de Dios. Procurad pareceros a él y haced del amor norma de vuestra vida, pues también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio que Dios recibe con agrado.
Y no en vano los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado lo que en ellos hay de bajos instintos, junto con sus pasiones y apetencias.
Es el espíritu el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida.
En resumen, hijos míos, vivid unidos a Cristo, para que el día glorioso de su manifestación tengamos absoluta confianza, en lugar de sentirnos abochornados, lejos de su presencia.
Jesús de nuevo les dijo: - Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
A quienes Dios conoció de antemano, los destinó igualmente, desde un principio, a reproducir en ellos mismos los rasgos de su Hijo, de modo que él fuese el primogénito entre muchos hermanos.
Dios es, por lo demás, quien nos mantiene firmemente unidos a Cristo, tanto a mí como a vosotros; Dios nos consagró, nos marcó con su sello e hizo habitar en nosotros el Espíritu como prenda de salvación.
Acerquémonos, pues, llenos de confianza, a ese trono de gracia, seguros de que la misericordia y el favor de Dios estarán a nuestro lado en el momento preciso.
Por el amor de Dios os lo pido, hermanos: presentaos a vosotros mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser vuestro auténtico culto.
Ahora, queridos míos, somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que el día en que se manifieste seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es.
Con la muerte de su Hijo, y en virtud de la inmensa riqueza de su bondad, Dios nos libera y nos concede el perdón de los pecados.
El ladrón, cuando llega, no hace más que robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos tengan vida, y la tengan abundante.
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