Pero, si vivimos en la luz, como él vive en la luz, entonces todos participamos de la misma vida, y la muerte de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado.
Pues ¡cuánto más eficaz será la sangre de Cristo, que, bajo la acción del Espíritu eterno, se ha ofrecido sin mancha a Dios! ¡Cuánto más capaz será esa sangre de limpiar nuestra conciencia para que podamos entregarnos al servicio del Dios viviente!
Jesús le dijo: - Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros.
De la misma manera, Jesús, para consagrar al pueblo con su sangre, murió fuera de la ciudad.
En suma, según lo prescrito en la Ley, prácticamente todas las cosas se purifican mediante la sangre, y, si no hay derramamiento de sangre, tampoco hay perdón.
Por él se reconcilian con Dios todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo: a todos concede Dios la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz.
Ahora, en cambio, injertados en Cristo Jesús, gracias a su muerte ya no estáis lejos sino cerca.
Con la muerte de su Hijo, y en virtud de la inmensa riqueza de su bondad, Dios nos libera y nos concede el perdón de los pecados.
Y ahora que por la muerte de Cristo nos ha restablecido Dios en su amistad, ¿no vamos, con mayor razón, a quedar libres del castigo por medio del mismo Cristo?
¡Alegraos, por tanto, cielos, y quienes en ellos tenéis vuestra morada! Temblad, en cambio, vosotros, tierra y mar, porque el diablo ha bajado hasta vosotros ebrio de furor, sabiendo que es corto el tiempo con que cuenta.
porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados.
Ciudad de vosotros mismos y de todo el rebaño sobre el que os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes. Pastoread la iglesia que el Señor adquirió con el sacrificio de su propia vida.
De la muerte sacrificial de Cristo, Dios ha hecho, para el que cree, instrumento de perdón. Así puso ya de manifiesto su fuerza salvadora cuando pacientemente pasó por alto los pecados cometidos en el pasado.
Que el Dios de la paz, el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo y le constituyó supremo Pastor del rebaño en virtud de la sangre con que ha quedado sellada una alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que podáis cumplir su voluntad. Que él lleve a cabo en vosotros, por medio de Jesucristo, aquello que le agrada. A él sea la gloria por siempre jamás. Amén.
Jesucristo ha venido a nosotros con el agua de su bautismo y la sangre de su muerte. No sólo con el agua, sino con el agua y la sangre. El Espíritu, que es la verdad, da testimonio de esto.
Juan a las siete Iglesias de la provincia de Asia: Gracia y paz de parte de Dios, que es, que era y que está para llegar; de parte de los siete espíritu que rodean su trono, y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de todos los resucitados y el dominador de todos los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha liberado con su muerte de nuestros pecados,
Juan a las siete Iglesias de la provincia de Asia: Gracia y paz de parte de Dios, que es, que era y que está para llegar; de parte de los siete espíritu que rodean su trono,
Hermanos, como veis, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo de su propia humanidad.
En él ha entrado Cristo una vez por todas; no con sangre de machos cabríos o de toros, sino con la suya propia, alcanzándonos así una liberación imperecedera.
El les dijo: - Esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos.
Porque Jesucristo murió para que nuestros pecados sean perdonados; y no sólo los nuestros, sino también los del mundo entero.
Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, diciendo: - Bebed todos de ella, porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados.
Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud. Por él se reconcilian con Dios todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo: a todos concede Dios la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz.
Por lo mismo, quien come del pan o bebe de la copa del Señor de manera indigna, se hace culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor.
Después de cenar tomó igualmente la copa y dijo: 'Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis de ella, hacedlo en memoria mía.' Y, de hecho, siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis proclamando la muerte del Señor, en espera de que él venga.
Pues bien, Cristo murió por nosotros, que éramos pecadores: ¿puede haber mayor prueba del amor que Dios nos tiene? Y ahora que por la muerte de Cristo nos ha restablecido Dios en su amistad, ¿no vamos, con mayor razón, a quedar libres del castigo por medio del mismo Cristo?
Cristo fue del todo inocente; más, por nosotros, Dios le trató como al propio pecado, para que por medio de él experimentemos nosotros la fuerza salvadora de Dios.
Hermanos, como veis, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo de su propia humanidad. Jesús es, además, el gran sacerdote puesto al frente del pueblo de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con un corazón sincero y lleno de fe; acerquémonos con una conciencia limpia de pecado y con el cuerpo bañado en agua pura.
Debéis saber que habéis sido liberados de la estéril situación heredada de vuestros mayores, no conviene caducos como son el oro y la plata, sino con la sangre de Cristo; una sangre preciosa, como cordero sin mancha y sin tacha.
Lo mismo hizo con la copa después de haber cenado, y dijo: - Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre, que va a ser derramada en favor vuestro.
Por mi parte, si de algo presumo, es de Cristo crucificado, y Dios me libre de aspirar a otra cosa. En la cruz de Cristo, el mundo ha muerto para mí, y yo para el mundo.
Jesús le dijo: - Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
Después de cenar tomó igualmente la copa y dijo: 'Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis de ella, hacedlo en memoria mía.'
Les dijo: - ¡Yo tengo la culpa de que muera un hombre inocente! Ellos le contestaron: - Eso es asunto tuyo y no nuestro.
Cantaban un cántico nuevo, que decía: -Digno eres de recibir el libro y romper sus sellos, porque has sido degollado y con tu sangre has adquirido para Dios gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación.
Yo le respondí: - Mi Señor, tú eres quien lo sabe. El me dijo: - Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero.
Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí. Mi vida en este mundo consiste en creer en el Hijo de Dios, que me amó y entregó su vida por mí.
Tened en cuenta que nuestra antigua condición pecadora fue clavada con Cristo en la cruz, quedando así destruida la fuerza del pecado y libres nosotros de su servidumbre.
Si, lejos de escatimar a su propio Hijo, lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no habrá de darnos con él todas las cosas?
Cristo subió al madero cargando sobre sí nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos con toda rectitud. Habéis sido, pues, salvados a costa de sus heridas;
Y así, ofreciéndose en sacrificio una única vez, ha hecho perfectos, de una vez para siempre, a cuantos han sido consagrados a Dios.
El ha reconciliado con Dios a ambos pueblos por medio de su cruz, los ha unido en un solo cuerpo, y ha dado un golpe de muerte a la enemistad que los tenía dividido.
Ha destruido el documento acusador que contenía cargos contra nosotros, lo ha hecho desaparecer clavándolo en la cruz.
Restablecidos, pues, en la amistad divina por medio de la fe, Jesucristo nuestro Señor nos mantiene en paz con Dios.
Se adelantó unos pasos más y, postrándose rostro en tierra, oró así: - Padre mío, si es posible, aparta de mí esta copa de amargura; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.
- Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
ya que, de haberse ofrecido a sí mismo muchas veces, otras tantas tendría que haberse padecido y muerto desde que existe el mundo. No; Cristo se ha manifestado una sola vez ahora, en el momento culminante de la historia, destruyendo el pecado con el sacrificio de sí mismo.
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