Todo el mundo quería tocar a Jesús, porque de él salía una fuerza que los curaba a todos.
Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene autoridad en este mundo para perdonar pecados. Se volvió al paralítico y le dijo:- Levántate , recoge tu camilla y vete a tu casa.
Y los discípulos decían asombrados: - ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió así por toda Siria, y le traían a todos los que padecían algún mal: a los que sufrían diferentes enfermedades y dolores, y a endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y Jesús los curaba.
Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien libremente la doy. Tengo poder para darla y para volver a recuperarla; y ésta es la misión que debo cumplir por encargo de mi Padre.
Y el Hijo, que es reflejo resplandeciente de la gloria de Dios e imagen perfecta de su ser, sostiene el universo valiéndose de su palabra poderosa, y, después de habernos purificado del pecado, comparte en las alturas, junto al trono de Dios, su poder soberano.
Cuando Jesús terminó de hablar, la gente estaba profundamente impresionada por sus enseñanzas, porque les enseñaba con verdadera autoridad y no como sus maestros de la Ley.
Un día estaba Jesús enseñando. Cerca de él se habían sentado algunos fariseos y doctores de la Ley llegados de todas las aldeas de Galilea y de Judea, y también de Jerusalén. El poder de Dios se manifestaba en las curaciones de enfermos hechas por Jesús.
Al anochecer, presentaron a Jesús muchas personas que estaban poseídas por demonios. El, con una palabra, expulsó a los espíritus malignos y curó a todos los enfermos. De este modo se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: Tomó sobre sí nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.
Puede, por tanto, salvar de forma definitiva a quienes por medio de él se acercan a Dios; no en vano vive siempre intercediendo por ellos.
El les dijo: - ¿A qué viene ese miedo? ¿Dónde está vuestra fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y a las olas, y el lago quedó totalmente en calma. Y los discípulos decían asombrados: - ¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
y manifestado, en virtud de su resurrección, como Hijo poderoso de Dios en cuanto a su condición de espíritu santificador.
De cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y le llenó de poder; de cómo Jesús pasó por todas partes haciendo el bien y curando a todos los que padecían oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Ha sido Dios quien le ha elevado a la máxima dignidad y le ha constituido jefe y salvador, para ofrecer a la nación israelita la ocasión de convertirse y de alcanzar el perdón de los pecados.
mas para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, es poder y sabiduría de Dios.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en cada sinagoga. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias.
Jesús reunió a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Mi Padre lo ha puesto todo en mis manos. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera revelárselo.
A eso de las tres de la madrugada, Jesús se dirigió a ellos andando sobre el lago. Los discípulos, cuando le vieron caminar sobre el lago,quedaron sobrecogidos de espanto. En su terror gritaban: - ¡Es un fantasma! Jesús entonces les habló, diciéndoles: - Tranquilizaos, soy yo. No os asustéis.
La gente del lugar reconoció al momento a Jesús, y, en cuanto la noticia de que él estaba allí se extendió por toda la región, le trajeron toda clase de enfermos, y le suplicaban que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto. Y cuantos lo tocaban quedaban curados.
En seguida comenzó a reunirse mucha gente, trayendo consigo cojos, ciegos, tullidos, mudos y otros muchos enfermos. Los pusieron a los pies de Jesús, y él los curó a todos. La gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los tullidos recobraban la salud, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alabaron al Dios de Israel.
Por eso te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi Iglesia, y el poder del sepulcro no la vencerá. Yo te daré las llaves del reino de Dios: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.
El les contestó: - Por vuestra falta de fe. Os aseguro que si tuvierais fe,aunque sólo fuera como un grano de mostaza, le diríais a este monte: ' ¡Quítate de ahí y ponte allí! ', y el monte cambiaría de lugar. Nada os resultaría imposible. (Pero éste es un género de demonios que no sale si no es por medio de la oración y el ayuno.)
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo , y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Otra cosa os digo también: si dos de vosotros, estéis donde estéis, os ponéis de acuerdo para pedir algo en oración, mi Padre celestial os lo concederá. Pues allí donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Todos los que presenciaron lo sucedido se asombraron, y se preguntaban unos a otros: - ¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad. Además, este hombre da órdenes a los espíritus impuros, y le obedecen. Y muy pronto se extendió la fama de Jesús por todas partes en la región de Galilea.
Jesús, viendo la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: - Hijo, tus pecados quedan perdonados. Había allí también unos maestros de la Ley, que pensaban para sí mismos: ' ¿Qué dice éste? ¡Está blasfemando! ¡Solamente Dios puede perdonar pecados! ' Jesús, que al instante se dio cuenta de lo que estaban pensando, les preguntó: - ¿Por qué pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados quedan perdonados, o decirle: 'Levántate, recoge tu camilla y anda? ' Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados en este mundo. Se volvió al paralítico y le dijo: - A ti te digo: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa. Y él, delante de todos, se levantó, recogió su camilla y se fue. Todos los presentes quedaron asombrados, y alabaron a Dios diciendo: - Nunca habíamos visto cosa semejante.
Había curado a tantos, que ahora se echaban sobre él, para tocarle, todos los que tenían alguna enfermedad. Y hasta los espíritus impuros, al verle, se arrojaban a sus pies, gritando: - ¡Tú eres el Hijo de Dios!
Jesús se incorporó, increpó al viento y dijo al mar: - ¡Silencio! ¡Cállate! El viento cesó y se hizo una gran calma. Entonces les dijo: - ¿Por qué tenéis miedo? ¿Dónde está vuestra fe? Pero ellos seguían aterrados, preguntándose unos a otros: - ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Llegaron a la otra orilla del lago, a la región de Gerasa. En cuanto Jesús bajó de la barca, salió a su encuentro, procedente del cementerio, un hombre poseído por un espíritu impuro. Este hombre vivía en el cementerio y nadie había podido sujetarle ni siquiera con cadenas. Muchas veces le habían encadenado y sujetado con grilletes, pero siempre los había roto y ya nadie lograba dominarle. Día y noche andaba entre las tumbas y por los montes, gritando y golpeándose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, echó a correr y fue a arrodillarse a sus pies, gritando con todas sus fuerzas: - ¡Déjame en paz, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Por Dios te ruego que no me atormentes! Es que Jesús había dicho al espíritu impuro que saliera de aquel hombre. Jesús le preguntó: - ¿Cómo te llamas? El contestó: - Me llamo 'Legión' , porque somos muchos. Y suplicaba insistentemente a Jesús que no le echara fuera de aquella región. Al pie de la montaña estaba paciendo una gran piara de cerdos, y los espíritus rogaron a Jesús: - Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. El se lo permitió, y los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos. Al instante, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron. Los porquerizos salieron huyendo, y contaron en el pueblo y por los campos todo lo que había pasado. La gente fue allá a ver lo sucedido. Y, cuando llegaron a donde se encontraba Jesús, vieron al hombre que había estado poseído por la legión de demonios, y que ahora estaba sentado, vestido y en su cabal juicio. Y todos se llenaron de miedo. Los que lo habían presenciado refirieron a los demás lo que había pasado con el poseso y con los cerdos, Por lo cual, todos se pusieron a rogar que se marchara de aquellas tierras. Entonces Jesús subió a la barca. El hombre que había estado endemoniado le rogaba que le dejara acompañarle. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: - Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de tí. El hombre se marchó, y comenzó a contar por los pueblos de la región de Decápolis, lo que Jesús había hecho con él. La gente se quedaba asombrada.
Entre la gente se encontraba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos y había gastado en ellos toda su fortuna, sin conseguir nada, sino ir de mal en peor. Aquella mujer había oído hablar de Jesús, y, confundiéndose entre la gente, llegó hasta él y por detrás le tocó el manto, diciéndose a sí misma: 'Con sólo que toque su manto, me curaré. ' Y así fue. Le desapareció al punto la causa de sus hemorragias, y sintió que quedaba curada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que con su propio poder había curado a alguien, se volvió hacia la gente y preguntó: - ¿Quién ha tocado mi manto? Sus discípulos le dijeron: - Ves que la gente te oprime por todas partes , ¿y aún preguntas quién te ha tocado? Pero él seguía mirando alrededor para descubrir quién lo había hecho. La mujer entonces, temblando de miedo porque sabía lo que había pasado, fue a arrodillarse a los pies de Jesús y le contó toda la verdad. Él le dijo: - Hija, por tu fe has quedado curada. Vete en paz, libre ya de tu enfermedad.
La tomó de la mano y le dijo: - Talitha que! (que significa: 'Muchacha, a tí te digo: levántate' ). La muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó atónita.
Reunió a los doce discípulos y empezó a enviarlos de dos en dos, dándole autoridad sobre los espíritus impuros.
Y allí donde él llegaba, ya fueran aldeas, pueblos o caseríos, ponían a los enfermos en las plazas, y les suplicaban que les permitieran tocar siquiera el borde del manto. Y cuantos lo tocaban quedaban curados.
Jesús dispuso que la gente se sentara en el suelo. Luego tomó los siete panes, dio gracias a Dios, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran. Y los discípulos los distribuyeron entre la gente. Tenían además unos cuantos peces; Jesús los bendijo y mandó que los repartieran. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía se recogieron siete espuertas de los trozos sobrantes de pan. Luego Jesús despidió a la multitud, que era de unas cuatro mil personas;
Jesús los miró y les dijo: - Para los hombres es imposible, pero no lo es para Dios, porque para Dios todo es posible.
Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán lenguas nuevas; tomarán serpientes en sus manos; aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar a los pobres la buena noticia de la salvación; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año en que el Señor perdonará a su pueblo.
Todos los que presenciaron lo sucedido se asombraron, y se decían unos a otros: - ¡Qué poderosa es la palabra de este hombre! ¡Con qué autoridad ordena a los espíritus impuros que salgan, y le obedecen! Y la fama de Jesús se extendía por todos aquellos lugares.
En uno de los pueblos donde estuvo Jesús había un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró rostro en tierra y le dijo: - Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi lepra. Jesús extendió su mano y le tocó, diciendo: - Quiero, queda limpio. Y al instante le desapareció la lepra.
Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene autoridad en este mundo para perdonar pecados. Se volvió al paralítico y le dijo: - A ti te digo: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.
Jesús bajó con ellos del monte hasta un lugar llano. Les acompañaba también un gran número de discípulos y mucha gente procedente de todo el territorio judío, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón, que habían acudido a escucharle y a que los curase de sus enfermedades. También curaba los que estaban poseídos por espíritus impuros. Todo el mundo quería tocar a Jesús, porque de él salía una fuerza que los curaba a todos.
Y, acercándose al féretro, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús exclamó: - ¡Muchacho, a ti te lo digo: levántate! El muerto se levantó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
En aquellos momentos, Jesús curó a muchos que tenían enfermedades, dolencias y espíritus malignos, y devolvió la vista a muchos ciegos.
Después les dijo: - ¿Dónde está vuestra fe? Pero los discípulos, llenos de miedo y asombro, se decían unos a otros: - ¿Quién es éste, que hasta a los vientos y al mar da órdenes y le obedecen?
De camino, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años y que había gastado toda su fortuna en médicos, sin lograr que ninguno la curase, se acercó por detrás a Jesús y le tocó el borde del manto. En el mismo instante se detuvo su hemorragia. Jesús preguntó: - ¿Quién me ha tocado? Todos negaban haberlo hecho, y Pedro le dijo: - Maestro, es la gente, que te rodea y te oprime. Pero Jesús insistió: - Alguien me ha tocado, porque he sentido que un poder curativo salía de mí. Entonces la mujer, al ver que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús, y en presencia de todos declaró por qué le había tocado y cómo había quedado curada instantáneamente. Jesús le dijo: - Hija, por tu fe has quedado curada. Vete en paz.
Jesús reunió a los doce discípulos y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y para curar enfermedades. Los envió a anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos.
Pero la gente se dio cuenta y le siguió. Jesús los acogió, les habló del reino de Dios y curó a los enfermos.
Y todos se quedaron atónitos al comprobar la grandeza de Dios. Mientras ellos seguían admirados por lo que Jesús había hecho, él dijo a sus discípulos:
Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: - ¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre! Jesús les contestó: - Ya he visto a Satanás que caía del cielo como un rayo. Yo os he dado autoridad para que pisotéeis las serpientes, los escorpiones y todas las fuerzas del enemigo, sin que nada ni nadie pueda dañaros.
Mirad, yo voy a enviaros el don prometido por mi Padre. Quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.
Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Jesús dijo a los que servían: - Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Una vez llenas, Jesús les dijo: - Sacad ahora un poco y llevádselo al que preside la mesa. Ellos cumplieron la indicación de Jesús. El presidente de la mesa probó el nuevo vino, sin saber su procedencia (sólo lo sabían los sirvientes que lo habían sacado), y, sorprendido por su calidad, llamó al novio y le dijo:
Porque así como el Padre resucita a los muertos, dándoles vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Yo os aseguro que el que acepta mi palabra y cree en el que ha enviado, tiene vida eterna; no será condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. Os aseguro que está llegando el momento, mejor dicho, ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan volverán a la vida.
Jesús les contestó: - Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed.
Es el espíritu el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida.
Jesús de nuevo les dijo: - Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
El ladrón, cuando llega, no hace más que robar, matar y destruir. Yo he venido para que todos tengan vida, y la tengan abundante.
Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán ni podrá nadie arrebatármelas, como no pueden arrebatárselas a mi Padre, que, con su soberano poder, me las ha confiado. El Padre y yo somos uno.
Jesús afirmó: - Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno de los que viven y tienen fe en mi morirá para siempre. ¿Crees esto?
Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Dad crédito, al menos, a las obras que hago. Os aseguro que el que crea en mí hará también lo que yo hago, e incluso cosas mayores; porque yo me voy al Padre, y todo lo que me pidáis os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no estáis unidos a mí.
Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo tendréis sufrimientos; pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo.
Tú le diste autoridad sobre todos los hombres; que él dé ahora la vida eterna a todos los que tú le has confiado.
Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que os capacitará para que deis testimonio de mí en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el último rincón de la tierra.
Israelitas - continuó Pedro - escuchad esto: Jesús de Nazaret fue el hombre a quien Dios avaló ante vosotros, realizando ante vuestros propios ojos, como bien sabéis, milagros, prodigios y señales.
Por consiguiente, sepa con seguridad todo Israel que Dios ha constituido Señor y Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros habéis crucificado.
Pedro entonces le dijo: - No tengo dinero, pero te daré lo que poseo: en nombre de Jesús de Nazaret, comienza a andar.
Pues bien, habéis de saber, tanto vosotros como todo el pueblo israelita , que este hombre se encuentra ahora sano ante vuestros ojos gracias a Jesús de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado.
Pon en juego tu poder, para que en el nombre de Jesús, tu santo servidor , se produzcan curaciones, señales milagrosas y prodigios.
Eran muchos los milagros y prodigios que se producían entre el pueblo por medio de los apóstoles. Los fieles, por su parte, acostumbraban a reunirse en el pórtico de Salomón.
Hizo esto durante muchos días, hasta que Pablo, ya harto, se enfrentó con el espíritu y le dijo: - ¡En nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella! Decir esto y abandonarla el espíritu, fue todo uno.
Así, pues, como el delito de un solo pecador hizo a la muerte dueña y señora de todos, con mucha más razón vivirán y reinarán por Jesucristo los que han recibido con tanta abundancia ese don gratuito de la amistad de Dios.
porque sabemos que Cristo, al resucitar, triunfó de la muerte y es ya inmortal; la muerte ha perdido su dominio sobre él. Cuando murió, murió al pecado una vez por todas; su vivir , en cambio, es un vivir para Dios.
Y si el Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús, vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús infundirá nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros.
¿Quién se atreverá a condenarnos? ¡Cristo Jesús es quien murió; más aún, resucitó y está al lado de Dios, en el lugar de honor intercediendo por nosotros!
Pero nosotros hemos de dar gracias a Dios, que por medio de nuestro Señor Jesucristo nos concede la victoria.
y qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, esgrimiendo la eficacia de su fuerza poderosa. Es el poder que Dios desplegó en Cristo al resucitarle y sentarle a su lado en el cielo, en el lugar de honor, por encima de todo principado, potestad, autoridad y dominio, y por encima de cualquier otro título que se precie de tal, no sólo en este mundo presente, sino también en el futuro.
y le pido que derrame sobre vosotros los tesoros de su bondad; que su Espíritu os llene de fuerza y energía hasta lo más íntimo de vuestro ser; que Cristo habite, por medio de la fe, en el centro de vuestra vida; que el amor os sirva de cimiento y de raíz.
Por eso, Dios le exaltó sobre todo lo que existe y le otorgó el más excelso de los nombres, para que todos los seres, en el cielo, en la tierra y en los abismos, caigan de rodillas ante el nombre de Jesús, y todos proclamen que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Todo lo ha creado Dios sustentándolo en él: todo lo que exista en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, sean tronos, dominaciones, principados o potestades, todo lo ha creado Dios por Cristo y para Cristo. Cristo existía antes que hubiera cosa alguna, y todo tiene en él su consistencia.
Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud. Por él se reconcilian con Dios todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo: a todos concede Dios la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz.
Es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad, y en él, que es cabeza de todo principado y de toda potestad, habéis alcanzado vuestra plenitud.
Porque el mensaje de salvación que os anunciamos no se redujo a palabras hueras, sino que estaba lleno de la fuerza y la plenitud del Espíritu Santo . Como también vosotros sabéis cuál fue nuestro comportamiento entre vosotros trabajando por vuestro bien.
Su castigo seré la ruina eterna, la separación definitiva del Señor y del esplendor de su poder,
Doctrina de fe que debe aceptarse sin reservas es que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Precisamente por eso, Dios me ha tratado con misericordia y Cristo Jesús ha volcado en mí toda su generosidad, para ejemplo de aquellos que por creer en él alcanzarán la vida eterna. Al que es rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por siempre. Amén.
y que ahora se ha hecho manifiesto por la aparición de Cristo Jesús, nuestro Salvador, cuyo mensaje de salvación ha destruido a la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad.
Y como los miembros de una familia participan de una misma carne y sangre, también Jesús comparte carne y sangre con los hombres. Puede así, con su muerte, reducir a la impotencia al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a quienes el miedo a la muerte ha mantenido de por vida bajo el yugo de la esclavitud.
Pues no es él un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; todo lo contrario, ya que, excepto el pecado, ha pasado por las mismas pruebas que nosotros. Acerquémonos, pues, llenos de confianza, a ese trono de gracia, seguros de que la misericordia y el favor de Dios estarán a nuestro lado en el momento preciso.
Cristo subió al madero cargando sobre sí nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos con toda rectitud. Habéis sido, pues, salvados a costa de sus heridas;
También Cristo murió por los pecados, una vez por todas, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como mortal, sufrió la muerte; como espiritual fue devuelto a la vida.
Pero el que sigue pecando pertenece al diablo, porque el diablo es pecador desde el principio del mundo. El Hijo de Dios vino para aniquilar la obra del diablo,
ya que los hijos de Dios están equipados para vencer al mundo. Nuestra fe es la que vence al mundo, pues solamente quien cree que Jesús es el Hijo de Dios, es capaz de triunfar sobre el mundo.
¡Mirádle como viene entre las nubes! Todos le verán, incluso los que le traspasaron, y todas las naciones de la tierra prorrumpirán en llanto por su causa. Sí. Amén.
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