Jacob también hizo una promesa solemne, diciendo: “Dios, si vas conmigo y me cuidas durante mi viaje, y me das alimento y bebida, así como ropa para vestir
Deberás amontonar todas las posesiones del pueblo en medio de la plaza pública, y quemar completamente el pueblo y todo lo que hay en él como una completa ofrenda quemada al Señor tu Dios. La ciudad debe permanecer como un montón de ruinas para siempre. Nunca debe ser reconstruida.
Cuando el Señor tu Dios te los entregue para que los derrotes, entonces debes apartarlos para la destrucción. No hagas ningún tratado de paz con ellos y no les muestres ninguna piedad.
La ciudad y todo lo que hay en ella será apartado para el Señor y destruido. Sólo Rahab, la prostituta, y todos los que estén con ella en su casa se salvarán, porque ella escondió a los espías que enviamos.
En ese momento Josué declaró una maldición, diciendo: “Maldito sea ante el Señor todo aquel que intente reconstruir esta ciudad de Jericó. Él pone sus cimientos a costa de su hijo primogénito; él pone sus puertas a costa de su hijo menor”.
Allí hizo un voto, pidiendo: “Señor Todopoderoso, si tan sólo te fijas en el sufrimiento de tu sierva y te acuerdas de mí, y no me olvidas, sino que me das un hijo, lo dedicaré al Señor durante toda su vida, y ninguna navaja de afeitar tocará su cabeza”.