Abraham se inclinó y puso su rostro en el suelo. Pero por dentro se reía, y se preguntaba: “¿Cómo podré tener un hijo a la edad de cien años? ¿Cómo podría Sara tener un hijo a sus noventa años?”
Sara se estaba riendo dentro de la tienda, y decía para sí: “¿Cómo podría experimentar placer alguno ahora que estoy vieja y cansada? ¡Mi esposo también está viejo!”
El oficial que era ayudante del rey le dijo al hombre de Dios: “¡Aunque el Señor abriera ventanas en el cielo no podría suceder lo que tú dices!”. Eliseo respondió: “Lo verás con tus propios ojos, pero no podrás comer nada de eso”.
Su confianza en Dios no se debilitó aun cuando creía que su cuerpo ya estaba prácticamente muerto (tenía casi cien años de edad), y sabía que Sara estaba muy vieja para tener hijos.