y júrame por el Señor, el Dios del cielo y de la tierra, que no dejarás que mi hijo se case con una de las hijas de los caananitas entre los cuales vino.
Eva vio que el fruto del árbol lucía bueno para comer. El fruto se veía muy atractivo. Y Eva lo deseaba para obtener sabiduría. Así que tomó del fruto y lo comió, y lo compartió con su esposo, que estaba con ella, y él también comió.
Y en esos días había gigantes en la tierra, y aún después los hubo también. Estos nacieron después de que los hijos de Dios se acostaran con las hijas de este pueblo. Sus hijos se volvieron grandes guerreros y hombres de renombre en la antigüedad.
Una tarde, David se levantó de dormir la siesta y se paseó por el tejado del palacio. Desde el tejado vio a una mujer bañándose, una mujer muy hermosa.
Los hijos de Judá: Er, Onán y Selá: a estos tres los dio a luz la hija de Súa, una mujer cananea. Er, el primogénito de Judá, era malvado ante los ojos del Señor, por lo que le quitó la vida.
Volvió a su casa y les dijo a su padre y a su madre: “Una mujer filistea en Timná me ha llamado la atención. Tráiganmela porque quiero casarme con ella”.