Aunque éramos sus enemigos, Dios nos convirtió en sus amigos por medio de la muerte de su Hijo, y así podemos estar totalmente seguros de que él nos salvará por la vida de su Hijo.
Sabemos que nuestro antiguo ser fue crucificado con él para deshacernos del cuerpo muerto del pecado, a fin de que ya no pudiéramos ser más esclavos del pecado.
Lo que la ley no pudo hacer porque no tenía el poder para hacerlo debido a nuestra naturaleza pecaminosa, Dios pudo hacerlo. Al enviar a su propio Hijo en forma humana, Dios se hizo cargo del problema del pecado y destruyó el poder del pecado en nuestra naturaleza humana pecaminosa.
He sido justificado con Cristo, de modo que ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí. La vida que ahora vivo en este cuerpo, la vivo confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó por mí.