Cuando David llegó a la cima del monte de los Olivos, donde la gente adoraba a Dios, le salió al encuentro Husai, el arquita, con el manto roto y con polvo en la cabeza.
pero si regresas a la ciudad y le dices a Absalón: ‘¡Seré tu siervo, Su Majestad! Antes trabajaba para tu padre, pero ahora trabajaré para ti’, entonces podrás bloquear el consejo de Ahitofel para mí.
Pues hoy ha ido a sacrificar muchas reses, terneros cebados y ovejas, y ha invitado a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar. En este momento están comiendo y bebiendo con él, gritando: ‘¡Viva el rey Adonías!’
Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le puso la corona y le entregó un ejemplar de la Ley de Dios. Lo proclamaron rey y lo ungieron. El pueblo aplaudió y gritó: “¡Viva el rey!”.
Los astrólogos respondieron al rey en arameo, “¡Que Su Majestad el rey viva para siempre! Cuéntanos tu sueño y nosotros, tus servidores, te lo interpretaremos”.
Cuando la reina madre oyó el ruido que hacían el rey y los nobles, se dirigió a la sala de banquetes. Le dijo a Belsasar: “¡Que su majestad el rey viva para siempre! ¡No te asustes! ¡No estés tan pálido!
Así que estos ministros principales y gobernadores provinciales fueron juntos a ver al rey. “¡Que su majestad el rey Darío viva para siempre!”, dijeron.
Las multitudes que iban delante de él y las que lo seguían gritaban: “¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito es el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!”