En otra ocasión mató a un egipcio, un hombre enorme que medía dos metros y medio. El egipcio tenía una lanza cuyo asta era tan gruesa como la vara de un tejedor. Benaía lo atacó sólo con un garrote, pero pudo agarrar la lanza de la mano del egipcio, y lo mató con su propia lanza.
Sin embargo, yo exterminé a los amorreos delante de ustedes, aunque eran tan grandes como los cedros y tan fuertes como los robles. Los destruí desde la raíz y así mismo su tallo.
(Sólo Og, rey de Basán, quedó de la raza de los Refaim. Tenía una cama de hierro de nueve codos de largo y cuatro de ancho. Todavía está en la ciudad amonita de Rabá).
Mientras hablaba con ellos, Goliat, el campeón filisteo de Gat, salió de sus filas y gritó su desafío como antes, y esta vez David escuchó lo que decía.