Cuando Raquel se dio cuenta de que no podía tener hijos con Jacob, sintió celos de su hermana. Entonces Raquel puso su queja con Jacob: “¡Moriré si no me das hijos!”
Cuando llegaron a la era de Atad, al otro lado del Jordán, lloraron con gritos de dolor. José celebró una ceremonia de siete días de luto por su padre allí.
“Tú sabes cómo son tu padre y sus hombres. Son grandes luchadores, y ahora están tan furiosos como una osa a la que le han robado sus cachorros. En todo caso, tu padre tiene experiencia en tácticas militares, y no pasará la noche con sus hombres.
“Pero, ¿qué puedo decir? Él me dijo lo que iba a pasar, y él mismo lo hizo. Caminaré en silencio el resto de mi vida por la dolorosa experiencia que he vivido.
El Señor te ha llamado para que vuelvas, como una esposa abandonada y profundamente herida, una esposa que se casó cuando era joven, sólo para ser rechazada, dice tu Dios.
Pero si te niegas a escuchar, lloraré secretamente por dentro a causa de tu orgullo. Mis lágrimas se derraman porque el rebaño del Señor ha sido capturado.
No lloren por el rey que murió. No lloren por él. En cambio, lloren por el rey que está exiliado, que nunca regresará, que nunca volverá a ver su patria.
Jesús, mientras estuvo aquí, en forma humana, oró y clamó a Dios con grandes gemidos y lágrimas, al único que tenía el poder de salvarlo de la muerte. Y Jesús fue escuchado por su respeto hacia Dios.
Allí hizo un voto, pidiendo: “Señor Todopoderoso, si tan sólo te fijas en el sufrimiento de tu sierva y te acuerdas de mí, y no me olvidas, sino que me das un hijo, lo dedicaré al Señor durante toda su vida, y ninguna navaja de afeitar tocará su cabeza”.
En cierta ocasión, después haber comido y bebido en Silo, Ana se levantó y se dirigió al Templo. El sacerdote Elí estaba sentado en su silla junto a la entrada del Templo del Señor.