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1 Tesalonicenses 2:9 - Nueva Versión Internacional 2019 (simplificada - Nuevo Testamento)

9 Recordarán, hermanos en la fe, nuestros esfuerzos y luchas para anunciarles la buena noticia de Dios. Trabajamos día y noche para que no tuvieran que apoyarnos con dinero.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

9 Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

9 ¿Acaso no se acuerdan, amados hermanos, cuánto trabajamos entre ustedes? Día y noche nos esforzamos por ganarnos la vida, a fin de no ser una carga para ninguno de ustedes mientras les predicábamos la Buena Noticia de Dios.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

9 Recuerden, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Mientras les predicábamos el Evangelio de Dios, trabajábamos noche y día para no ser una carga para ninguno.

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La Biblia Textual 3a Edicion

9 Porque os acordáis, hermanos, de nuestra fatiga y arduo trabajo, que trabajando de noche y de día, a fin de no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

9 Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: trabajando, día y noche, a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros, proclamamos entre vosotros el evangelio de Dios.

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1 Tesalonicenses 2:9
35 Referencias Cruzadas  

¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará mucho en responderles?


Luego permaneció viuda hasta la edad de ochenta y cuatro años. Nunca salía del Templo, sino que día y noche adoraba a Dios con ayunos y oraciones.


y vio que fabricaban tiendas de campaña. Así que, se quedó a trabajar con ellos, pues él conocía el oficio.


Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo. Lo que me importa es terminar la tarea que me dio el Señor Jesús. Quiero cumplir mi misión: anunciar el mensaje de la buena noticia del inmerecido amor de Dios.


Así que estén alerta. Recuerden que día y noche, durante tres años, no he dejado de aconsejar con lágrimas a cada uno en particular.


Los saluda Pablo, servidor de Cristo Jesús, quien me llamó para ser su apóstol. Él me apartó para anunciar la buena noticia de Dios.


Él me envió como servidor de Cristo Jesús para ayudar a los no judíos. Yo tengo el deber sacerdotal de anunciar la buena noticia de Dios a los no judíos. De esta manera los presentaré como si fueran una ofrenda aceptable ante Dios. Una ofrenda que el Espíritu Santo ha separado como especial.


Esas poderosas maravillas y milagros que he hecho las he logrado hacer gracias al poder del Espíritu de Dios. Comencé a anunciar la buena noticia de Cristo en Jerusalén, por todas partes, hasta la región de Iliria.


Con estas manos nos matamos trabajando. Si nos maldicen, bendecimos; si nos persiguen, lo soportamos.


Pero no me he aprovechado de ninguno de estos derechos. No escribo de esta manera porque quiera reclamarlos. Prefiero morir a que alguien me quite este motivo de orgullo.


¿Cuál es, entonces, mi recompensa? Pues que al predicar este mensaje pueda presentarlo gratuitamente, sin hacer valer mi derecho.


¿Acaso no tenemos derecho a comer y a beber?


He pasado muchos trabajos y dificultades, y muchas veces me he quedado sin dormir. He sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en ayunas. He sufrido frío y desnudez.


Cuando estuve entre ustedes y necesité algo, ninguno de ustedes tuvo que darme nada. Fueron los hermanos en la fe que llegaron de Macedonia los que dieron dinero para mis necesidades. He evitado serles una carga en cualquier sentido, y seguiré evitándolo.


Nos han golpeado y encerrado en la cárcel. Hemos sufrido alborotos, hemos hecho trabajos pesados y a veces no hemos dormido ni comido.


Incluso a Tesalónica me enviaron ayuda una y otra vez para llenar mis necesidades.


Recordamos delante de Dios, nuestro Padre, todo lo que hacen por medio de la fe y el trabajo que realizan por amor. No olvidamos la firmeza con que continúan confiando en la salvación que nuestro Señor Jesucristo les dará.


Y saben también que, a pesar de los sufrimientos y los insultos que antes recibimos en Filipos, nuestra confianza en nuestro Dios creció. Por eso nos atrevimos a comunicarles la buena noticia en medio de una gran lucha.


Tampoco hemos buscado que nos traten como a gente importante. No buscamos eso de ustedes ni de otros.


Día y noche oramos a Dios rogándole que nos permita verlos de nuevo para ayudarlos a seguir creyendo de manera más completa.


Y esa enseñanza la hemos recibido a través del glorioso mensaje de la buena noticia que nuestro Dios bendito me ha confiado.


En efecto, si trabajamos y nos esforzamos es porque hemos puesto nuestra confianza en que el Dios viviente cumplirá sus promesas. Él es el Salvador de todos, especialmente de los que creen.


La viuda que no tiene quien la ayude, pues ha quedado sola, pone su confianza en Dios y no deja de orar de noche y de día suplicando por ayuda.


Al recordarte de día y de noche en mis oraciones, siempre doy gracias a Dios. Mis antepasados y yo hemos servido a Dios con una conciencia tranquila.


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