Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados, (dice entónces al paralítico:) Levántate, toma tu cama, y véte a tu casa.
Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y la mar le obedecen?
Y rodeó Jesús a toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad, y toda dolencia en el pueblo.
Y corría su fama por toda la Siria; y traían a él todos los que tenían mal, los tomados de diversas enfermedades y tormentos, y los endemoniados, y lunáticos, y paralíticos; y los sanaba.
Nadie la quita de mí, mas yo la pongo de mí mismo; porque tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.
El cual siendo el resplandor de su gloria, y la imágen expresa de su sustancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se asentó a la diestra de la majestad en las alturas;
Y fué que como Jesús acabó estas palabras, las gentes se espantaban de su doctrina:
Porque los enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Y aconteció un día, que él estaba enseñando, y Fariseos y doctores de la ley estaban sentados, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea, y de Jerusalem; y la virtud del Señor estaba allí para sanarlos.
¿QUIÉN es este que viene de Edom: de Bosra, con vestidos bermejos? ¿Este, hermoso en su vestido, que va con la grandeza de su poder? Yo, el que hablo en justicia, grande para salvar.
Y como fué ya tarde, trajeron a él muchos endemoniados, y echó de ellos los demonios con su palabra, y sanó todos los enfermos;
Para que se cumpliese lo que fué dicho por el profeta Isaías, que dijo: El tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.
Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos;
Y él les dice: ¿Por qué teméis, hombres de poca fé? Entónces levantado reprendió a los vientos y a la mar; y fué grande bonanza.
Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y la mar le obedecen?
Y fué declarado ser el Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de los muertos;)
A Jesús de Nazaret, como le ungió Dios del Espíritu Santo, y de poder, el cual pasó haciendo bienes, y sanando a todos los oprimidos del diablo; porque Dios era con él.
A éste enalteció Dios con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados.
Empero a los llamados, así Judíos como Griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
Y rodeaba Jesús por todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad, y toda dolencia en el pueblo.
ENTÓNCES llamando a sus doce discípulos, les dió potestad contra los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y sanasen toda enfermedad, y toda dolencia.
Todas las cosas me son entregadas por mi Padre; y nadie conoció al Hijo, sino el Padre: ni al Padre conoció alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo le quisiere revelar.
Mas a la cuarta vela de la noche Jesús fué a ellos andando sobre la mar.
Y los discípulos, viéndole andar sobre la mar, se turbaron, diciendo: Fantasma es; y dieron voces de miedo.
Mas luego Jesús les habló, diciendo: Aseguráos: yo soy, no tengáis miedo.
Y como le conocieron los varones de aquel lugar, enviaron por toda aquella tierra al derredor, y trajeron a él todos los enfermos.
Y le rogaban que solamente tocasen el borde de su manto; y todos los que lo tocaron, fueron salvos.
Y llegaron a él grandes multitudes, que tenían consigo cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos, y los echaron a los piés de Jesús, y los sanó:
De tal manera, que las multitudes se maravillaron, viendo hablar los mudos, los mancos sanos, andar los cojos, ver los ciegos; y glorificaron al Dios de Israel.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro; y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Y a tí daré las llaves del reino de los cielos; que todo lo que ligares en la tierra, será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra, será desatado en los cielos.
Y Jesús les dijo: Por vuestra infidelidad; porque de cierto os digo, que si tuviereis fé como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.
Mas este género de demonios no sale sino por oración y ayuno.
De cierto os digo, que todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo.
Dígoos además, que si dos de vosotros convinieren sobre la tierra, tocante a cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre, que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Y llegando Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Y todos se maravillaron, de tal manera que inquirían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad aun a los espíritus inmundos manda, y le obedecen?
Y luego se divulgó su fama por todo el país al derredor de la Galilea.
Y viendo Jesús la fé de ellos, dice al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.
Y estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensando en sus corazones,
Decían: ¿Por qué habla éste blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo Dios?
Y conociendo luego Jesús en su espíritu que pensaban esto dentro de sí, les dijo: ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?
¿Cuál es más fácil: Decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados; o decirle: Levántate, y toma tu lecho, y anda?
Pues porque sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar los pecados, (dice al paralítico:)
A tí digo: Levántate, y toma tu lecho, y véte a tu casa.
Entónces él se levantó luego; y tomando su lecho, se salió delante de todos, de manera que todos quedaron atónitos, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca tal hemos visto.
Porque había sanado a muchos, de tal manera que caían sobre él, cuantos tenían plagas, por tocarle.
Y los espíritus inmundos, en viéndole, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios.
Y levantándose él, riñó al viento, y dijo a la mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento; y fué hecha grande bonanza.
Y a ellos dijo: ¿Por qué estáis tan medrosos? ¿Cómo es que no tenéis fé?
Y temieron con gran temor, y decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y la mar le obedecen?
Y VINIERON a la otra parte de la mar a la provincia de los Gadarenos.
Y salido él de la nave, luego le salió al encuentro un hombre de los sepulcros con un espíritu inmundo,
Que tenía su morada en los sepulcros, y ni aun con cadenas le podía alguien atar;
Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y los grillos desmenuzados; y nadie le podía domar.
Y siempre de día y de noche andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras.
Y como vió a Jesús de léjos, corrió, y le adoró;
Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.
Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo.
Y le preguntó: ¿ Cómo te llamas? Y respondió, diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos.
Y le rogaba mucho que no los echase fuera de aquel país.
Y estaba allí cerca de los montes una grande manada de puercos paciendo.
Y le rogaron todos aquellos demonios, diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.
Y les permitió luego Jesús; y saliendo aquellos espíritus inmundos, entraron en los puercos; y la manada se precipitó con impetuosidad por un despeñadero en la mar, y eran como dos mil, y se ahogaron en la mar.
Y los que apacentaban los puercos huyeron, y dieron aviso en la ciudad y en los campos. Y salieron para ver que era aquello que había acontecido.
Y vienen a Jesús, y ven al que había sido atormentado del demonio, sentado, y vestido, y en seso el que había tenido la legión; y tuvieron temor.
Y les contaron los que lo habían visto, como había acontecido al que había tenido el demonio, y lo de los puercos.
Y comenzaron a rogarle que se fuese de los términos de ellos.
Y entrando él en la nave, le rogaba el que había sido fatigado del demonio, para estar con él.
Mas Jesús no le permitió, sino le dijo: Véte a tu casa a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y como ha tenido misericordia de tí.
Y se fué, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho con él; y todos se maravillaban.
Y una mujer que estaba con flujo de sangre doce años hacía,
Y había sufrido mucho de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, ántes le iba peor,
Como oyó hablar de Jesús, vino entre el gentío por detrás, y tocó su vestido.
Porque decía: Si yo tocare tan solamente su vestido, quedaré sana.
Y luego la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba sana de aquel azote.
Y Jesús luego conociendo en sí mismo la virtud que había salido de él, volviéndose hacia el gentío, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?
Y le dijeron sus discípulos: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?
Y él miraba al rededor por ver a la que había hecho esto.
Entónces la mujer temiendo y temblando, sabiendo lo que en sí había sido hecho, vino, y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad.
Y él le dijo: Hija, tu fé te ha hecho sana; vé en paz, y queda sana de tu azote.
Y tomando la mano de la jóven, le dice: Talitha cumi; que quiere decir: Jóven, a tí digo, levántate.
Y luego la jóven se levantó, y andaba; porque era de doce años: y se espantaron de grande espanto.
Y llamó a los doce, y comenzó a enviarlos de dos en dos, y les dió potestad sobre los espíritus inmundos;
Y donde quiera que entraba, en aldeas, o ciudades, o heredades, ponían en las calles los que estaban enfermos, y le rogaban que tocasen siquiera el borde de su vestido, y todos los que le tocaban quedaron sanos.
Entónces mandó a la multitud que se recostasen sobre la tierra; y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los rompió, y dió a sus discípulos para que los pusiesen delante; y los pusieron delante a la multitud.
Tenían también unos pocos pececillos, y habiendo bendecido, dijo que también se los pusiesen delante.
Y comieron, y se hartaron, y levantaron de los pedazos que habían sobrado, siete espuertas.
Y eran los que comieron, como cuatro mil; y los despidió.
Entónces Jesús mirándolos, dice: Acerca de los hombres, es imposible; mas acerca de Dios, no; porque todas cosas son posibles acerca de Dios.
Y estas señales seguirán a los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios: hablarán nuevas lenguas:
Alzarán serpientes; y si bebieren cosa mortífera, no les dañará: sobre los enfermos pondrán las manos, y sanarán.
El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido; para dar buenas nuevas a los pobres me ha enviado; para sanar a los quebrantados de corazón; para publicar a los cautivos redención, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los oprimidos;
Para predicar el año agradable del Señor.
Y cayó espanto sobre todos, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?
Y la fama de él se divulgaba de todas partes por todos los lugares de la comarca.
Y aconteció que estando en una ciudad, he aquí, un hombre lleno de lepra, el cual viendo a Jesús, postrándose sobre el rostro le rogó, diciendo: Señor, si quisieres, puedes limpiarme.
Entónces extendiendo la mano le tocó, diciendo: Quiero: sé limpio. Y luego la lepra se fué de él.
Pues porque sepais que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados, (dice al paralítico:) A tí digo: Levántate, toma tu cama; y véte a tu casa.
Y descendió con ellos, y se paró en un lugar llano; y la compañía de sus discípulos, y una grande multitud de pueblo de toda Judea, y de Jerusalem, y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido a oirle, y para ser sanados de sus enfermedades;
Y otros que habían sido atormentados de espíritus inmundos; y eran sanos.
Y toda la multitud procuraba de tocarle; porque salía de él virtud, y sanaba a todos.
Y acercándose, tocó las andas; y los que le llevaban, pararon. Y dijo: Mancebo, a tí digo, levántate.
Entónces, volvióse a sentar el que había sido muerto, y comenzó a hablar; y le dió a su madre.
Y en la misma hora sanó a muchos de enfermedades, y de plagas, y de espíritus malos; y a muchos ciegos dió la vista.
Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fé? Y ellos temiendo, quedaron maravillados, diciendo los unos a los otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y al agua manda, y le obedecen?
Y una mujer que tenía flujo de sangre ya hacía doce años, la cual había gastado en médicos toda su hacienda, y de ninguno había podido ser curada,
Llegándose por detrás tocó el borde de su vestido; y luego se estancó el flujo de su sangre.
Entónces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que estaban con él: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?
Y Jesús dijo: Me ha tocado alguien; porque yo he conocido que ha salido virtud de mí.
Entónces como la mujer vió que no se escondía, vino temblando, y postrándose delante de él, le declaró delante de todo el pueblo la causa porque le había tocado, y como luego había sido sana.
Y él le dijo: Confía, hija, tu fé te ha sanado: vé en paz.
Y JUNTANDO sus doce discípu- los, les dió virtud y potestad sobre todos los demonios, y que sanasen enfermedades.
Y los envió a que predicasen el reino de Dios, y que sanasen los enfermos.
Lo cual como las gentes entendieron, le siguieron; y él les recibió, y les hablaba del reino de Dios; y sanó a los que tenían necesidad de cura.
Y todos estaban fuera de sí de la grandeza de Dios. Y maravillándose todos de todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos:
Y volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan por tu nombre.
Y les dijo: Yo veía a Satanás, como un rayo, que caía del cielo.
He aquí, yo os doy potestad de hollar sobre las serpientes, y sobre los escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo; y nada os dañará:
Y, he aquí, yo enviaré al prometido de mi Padre sobre vosotros; mas vosotros quedáos en la ciudad de Jerusalem, hasta que seais investidos de lo alto de poder.
Y el Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Díceles Jesús: Llenád estas tinajuelas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
Y díceles: Sacád ahora, y presentád al maestresala. Y presentáronle.
Y como el maestresala gustó el agua hecha vino, y no sabía de donde era; (mas los que servían, lo sabían, que habían sacado el agua:) el maestresala llama al esposo,
Porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.
De cierto, de cierto os digo: Que el que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá en condenación, mas pasó de muerte a vida.
De cierto, de cierto os digo: Que vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que oyeren, vivirán.
Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida: el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.
El espíritu es el que da vida: la carne de nada aprovecha: las palabras que yo os hablo, espíritu son, y vida son.
Y hablóles Jesús otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas; mas tendrá la luz de vida.
El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en grande abundancia.
Y yo les doy vida eterna, y para siempre no perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre que me las dió, mayor que todos es; y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.
Yo y mi Padre somos uno.
Dícele Jesús: Yo soy la resurrección, y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá;
Y todo aquel que vive, y cree en mi no morirá eternamente. ¿Crees esto?
Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará, y mayores que estas hará; porque yo voy a mi Padre.
Y todo lo que pidiereis en mi nombre, esto haré; para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto (porque sin mí nada podéis hacer.)
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz: en el mundo tendréis apretura; mas confiád, yo he vencido al mundo.
Como le has dado poder sobre toda carne, para que a todos los que le diste, les dé vida eterna.
Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalem, y en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra.
Varones Israelitas, oid estas palabras: Jesús el Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas, y prodigios, y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como también vosotros sabéis:
Sepa pues certísimamente toda la casa de Israel, que a éste ha hecho Dios Señor y Cristo, a este Jesús que vosotros crucificasteis.
Y Pedro dijo: Ni tengo plata ni oro; mas lo que tengo, eso te doy: en el nombre de Jesu Cristo, el Nazareno, levántate, y anda.
Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesu Cristo, el Nazareno, el que vosotros crucificasteis, el que Dios resucitó de los muertos, aun por él éste está en vuestra presencia sano.
Extendiendo tu mano para que sanidades, y milagros, y prodigios sean hechos por el nombre de tu Santo Hijo Jesús.
Y por las manos de los apóstoles eran hechos muchos milagros y prodigios en el pueblo; (y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
Y esto hacía por muchos dias, mas desagradado Pablo, se volvió, y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesu Cristo, que salgas de ella. Y salió en la misma hora.
Porque si por el delito de uno reinó la muerte por causa de uno, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia, y del don de la justicia reinarán en vida por uno solo, Jesu Cristo.)
Ciertos que Cristo habiendo resucitado de los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará más de él.
Porque, en cuanto al morir, al pecado murió una vez; mas en cuanto al vivir, para Dios vive.
Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús, mora en vosotros, el que levantó a Cristo de los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
¿Quién es el que los condena? Cristo es el que murió: ántes el que también resucitó, el que también está a la diestra de Dios, el que también demanda por nosotros.
Empero Dios levantó al Señor, y también a nosotros nos levantará con su propio poder.
Y él me dijo: Bástate mi gracia; porque mi poder en la flaqueza se perficiona. Por tanto de buena gana me gloriaré de mis flaquezas, porque habite en mí el poder de Cristo.
Y cual la grandeza sobreexcelente de su poder para con nosotros, los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza,
La cual obró en Cristo, levantándole de entre los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos,
Sobre todo principado, y potestad, y potencia, y señorío, y todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, mas aun en el venidero;
Que os dé conforme a las riquezas de su gloria, que seais corroborados con poder en el hombre interior por su Espíritu:
Que habite Cristo por la fé en vuestros corazones; para que arraigados y afirmados en amor,
Y por lo cual Dios también le ensalzó soberanamente, y le dió nombre que es sobre todo nombre;
Para que al nombre de Jesús toda rodilla de lo celestial, de lo terrenal, y de lo infernal se doble;
Y que toda lengua confiese, que Jesu Cristo es Señor para la gloria de Dios el Padre.
Porque en él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean señoríos, sean principados, sean potestades: todo fué creado por él, y para él.
Y él es ántes de todas las cosas; y todas las cosas subsisten en él;
Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud;
Y que por él reconciliase todas las cosas a sí, habiendo hecho la paz por la sangre de su cruz, por él, digo, así las que están en la tierra, como las que están en los cielos.
Porque en él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente;
Y en él estáis completos, el cual es cabeza de todo principado y potestad.
Por cuanto nuestro evangelio no vino a vosotros en palabra solamente, mas también en potencia, y en el Espíritu Santo, y en muy cierta persuasión: como sabéis cuales fuimos entre vosotros por amor de vosotros.
Los cuales serán castigados con eterna perdición procedente de la presencia del Señor, y de la gloria de su poder;
Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
Mas por esto fuí recibido a misericordia, es a saber, para que Jesu Cristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna.
Al Rey de siglos, inmortal, invisible, al solo sábio Dios, sea honor y gloria por siglos de los siglos. Amén.
Mas ahora es manifestada por la manifestación de nuestro Salvador Jesu Cristo, el cual verdaderamente acabó con la muerte, y sacó a luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio:
Así que por cuanto los hijos participan de la carne y de la sangre, también él de la misma manera participó de las mismas cosas; para que por medio de la muerte redujese a la impotencia al que tenía la potencia de la muerte, es a saber, al diablo;
Y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos a servidumbre.
Que no tenemos un sumo sacerdote que no se pueda resentir de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, sacado el pecado.
Lleguémosnos, pues, confiadamente al trono de su gracia, a fin de alcanzar misericordia, y hallar gracia para el auxilio oportuno.
El mismo que llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros siendo muertos a los pecados, viviésemos a la justicia. Por las heridas del cual habéis sido sanados.
Porque también Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, mortificado a la verdad en la carne, pero vivificado por el Espíritu.
El que hace pecado, es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para que deshaga las obras del diablo.
Porque todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo, es a saber, nuestra fé.
¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, dice el Señor, que es, y que era, y que ha de venir, el Todopoderoso.