Las drogas y los vicios tienen la capacidad de ser tan adictivos que pueden destruir la vida de una persona y lo que le rodea. Pero incluso en medio de ese desastre, Dios es capaz de tomar cartas en el asunto y restaurar lo que parece imposible.
El final de quienes se dejan consumir por el mundo de las drogas y el alcohol, en la mayoría de los casos, termina siendo trágico, triste y solitario. Esto es lo que le esperaba al hermano Alfonso Diaz antes de que el Señor llegara a su vida.
Cuenta que se crio sin su padre, ya que este murió cuando él tenía tan solo 2 años de edad, por lo que su madre se hizo cargo de él y sus hermanos.
No obstante, desde muy temprana edad eligió pasar gran parte de sus horas en las calles, por lo que se le «escapó de las manos» a su mamá, viviendo casi completamente fuera de su casa, con vergüenza a volver por lo que pensaría su familia.
Muchos trataron de extenderle ayuda para corregir sus caminos, pero quienes lo hacían terminaban desistiendo por no poder controlarlo.
Una vez tiene contacto con las drogas y el alcohol, las cosas empeoran y su estilo de vida se vuelve más desordenado y catastrófico, llegando en más de una ocasión a casi morir por tanto consumir.
A pesar de todo eso, su madre nunca se separó de su lado aunque sus demás hermanos ya habían hecho sus vidas. La mujer había conocido a Dios y tenía contacto constante con un grupo de cristianos, quienes la animaron a entregar su vida a Jesús y ella transmitía la fe a Alfonso, orando por él y declarando que el Señor lo sacaría de ese mundo de inmundicia.
Sorprendentemente, las oraciones de su madre tuvieron efecto, pues no solo se apartó de los vicios, sino que también entregó su vida a Jesús y hoy testifica de lo que es capaz de hacer con su poder en la vida de las personas.