La inseminación artificial es una técnica de reproducción asistida, que consiste en la colocación del semen previamente preparado en un laboratorio dentro del útero de la mujer.

El diagnóstico de infertilidad se hace cuando una pareja no logra el proceso de embarazo luego de 12 meses de relaciones sexuales no protegidas. Existen aproximadamente 38 mecanismos de inseminación artificial.
La tecnología plantea cada vez nuevos avances en las técnicas de reproducción, aunque estos avances contribuyen a la humanidad desde el ámbito científico, es necesario entender que tan éticos son estos procedimientos desde el punto de vista bíblico.
ARTÍCULO DE INTERÉS: Abortar: ¿Hay alguna justificación bíblica para este acto?
La vida humana es sagrada para Dios
Desde el momento en el que el óvulo se une con la esperma humana, se crea un individuo único e irrepetible que lleva la mitad de la carga genética de la madre y biológica y la otra mitad de su padre biológico.
Todos los seres humanos han sido creados por Dios y el valor que poseen es incalculable: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó», Génesis 1:27.
Existen algunas técnicas de reproducción asistida que no violan el carácter sagrado de la vida como lo son:
FIV (fertilización in vitro), AIH (inseminación artificial con la esperma del esposo), GIFT (Transferencia de gametos en la trompa de falopio) y ZIFT (tranferencia de embriones en la trompa de falopio).
Aunque hay posibles riesgos en la realización de estos métodos, no se considera ninguna violación a la Palabra de Dios ya que en cada uno de ellos la carga genética es propia de la pareja.
El diseño de Dios en la familia
Tanto la procreación como el matrimonio tienen diseño perfecto elaborado por Dios, «Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne», Efesios 5:31.
Cuando el Señor dice «los dos serán una sola carne» se está refiriendo que para Él un matrimonio es de dos personas y no le agrada un matrimonio adúltero.
Hay casos donde existe la incapacidad o infertilidad por parte del esposo, por lo que generalmente se recurre a la inseminación por parte de un donante.
La fecundación de una mujer casada por parte de un donante que no sea su esposo la hace culpable de adulterio y este echo constituye un pecado contra Dios. Aunque no haya un acto de adulterio de forma directa, fecundar en el vientre un hijo de un tercero es un acto que contradice el diseño de Dios.
«¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones», 1 corintios 6:9.
La familia es de gran estima para Dios, por lo tanto se debe tener cuidado de cometer actos que destruyan o distorsionen el verdadero diseño que Dios tiene de las familias.