Pero los gobernadores anteriores a mí habían impuesto una pesada carga al pueblo, quitándole cuarenta siclos de plata, así como comida y vino. Sus ayudantes también extorsionaban al pueblo. Pero por mi respeto a Dios no actué así.
Pero cuando sus amos vieron que la joven había perdido sus medios para ganar dinero, agarraron a Pablo y a Silas y los llevaron a rastras ante las autoridades que estaban en la plaza del mercado.
Su amo se levantó por la mañana y abrió la puerta de la casa. Salió para continuar su viaje y allí estaba su concubina, tendida en la puerta de la casa, con las manos agarradas al umbral.