Tu cuello es elegante como una torre de marfil. Tus ojos brillan como los estanques de Hesbón junto a la puerta de Bathrabbin. Tu nariz es hermosa, prominente como la torre del Líbano que da a Damasco.
El pueblo de Hesbón y Eleale grita de tristeza, sus voces se escuchan hasta Jahaza. Por eso hasta los soldados más valientes de Moab gritan, porque están aterrorizados.
Ya nadie alaba a Moab. La gente de Hesbón está tramando: “Destruiremos a Moab como nación. Gente del pueblo de los locos, también los silenciaremos: serán atacados con espadas y perseguidos”.
Los gritos de auxilio llegan desde Hesbón hasta Elealeh y hasta Yahaza. Gritan desde Zoar hasta Horonaim y Eglat-Selisiyá, pues hasta el agua del arroyo Nimrín se ha secado.
Los que huyan quedarán indefensos en Hesbón, adonde fueron en busca de protección, porque de Hesbón sale fuego, un fuego de donde reinó Sijón. Quema todo el país de Moab y su pueblo desafiante.
Los pecados de tu hermana Sodoma fueron estos: Ella y sus hijas eran orgullosas, codiciosas y perezosas. No ayudaron a los pobres ni a los necesitados.
Yo fui quien te sacó de la tierra de Egipto y te conduje por el desierto durante cuarenta años, a fin de que pudieras conquistar el país de los amorreos.
Hesbón era la capital de Sehón, rey de los amorreos, que había luchado contra el anterior rey de Moab y le había quitado todas sus tierras hasta el río Arnón.
Anteriormente los horeos vivían en Seir, pero los descendientes de Esaú se apoderaron de sus tierras. Mataron a los horeos y se establecieron allí, como hizo Israel cuando ocuparon la tierra que el Señor les había dado).
“Después te llevé a la tierra de los amorreos que vivían al otro lado del Jordán. Ellos lucharon contra ti, pero te los entregué para que los derrotaras y te apoderaras de su tierra. Yo los destruí delante de ti.
“Hace trescientos años que los israelitas viven en Hesbón, en Aroer, en sus aldeas y en todos los pueblos de la ribera del río Arnón. ¿Por qué no los hiciste regresar durante ese tiempo?