Mientras caminaba por el mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: Simón, también llamado Pedro, y su hermano Andrés, que estaban lanzando una red en el mar. Ellos vivían de la pesca.
De camino, vio nuevamente a otros dos hermanos: Santiago y Juan. Ellos estaban en un bote con su padre Zebedeo, reparando sus redes. Él los llamó para que lo siguieran.
Seis días más tarde, Jesús llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los condujo a lo alto de una montaña para estar allí a solas. Su apariencia cambió por completo.
Santiago y Juan, quienes eran hijos de Zebedeo y compañeros de Simón, sentían lo mismo. “No tengas miedo”, le dijo Jesús a Simón. “¡Desde ahora pescarás personas!”
Cuando Simón Pedro vio lo que había ocurrido, se postró de rodillas ante Jesús. “¡Señor, por favor, aléjate mí, porque soy un hombre pecador!” exclamó.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquél de quien Moisés hablaba en la ley y de quien hablaban los profetas también: Jesús de Nazaret, el hijo de José”.
Cuando Jesús levantó la vista y vio una gran multitud que venía hacia él, le preguntó a Felipe: “¿Dónde podremos conseguir suficiente pan para alimentar a todas estas personas?”
Cuando llegaron, subieron las escaleras del lugar donde posaban hasta la habitación de arriba. Allí estaba Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomeo y Mateo; Santiago el hijo de Alfeo, Simón el Celote, y Judas, el hijo de Santiago.
Esta carta viene de parte de Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, quien la envía a los que participan con nosotros de la preciosa fe en nuestro Dios y Salvador Jesucristo, el único que es verdaderamente justo y bueno.