Así que Naamán bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios. Su cuerpo quedó curado, su piel se volvió como la de un bebé, y quedó limpio.
Entonces Jesús fue y se puso en pie junto a ella. Le ordenó a la fiebre que se fuera, y así sucedió. Entonces ella se levantó de inmediato y preparó una comida para ellos.
En cierta ocasión, cuando Jesús estaba visitando una de las aldeas, conoció allí a un hombre que tenía una lepra muy severa. El hombre se postró sobre su rostro al suelo y le suplicó a Jesús: “Por favor, Señor, si quieres puedes limpiarme”.
“No se lo cuentes a nadie”, le indicó Jesús. “Ve y preséntate tú ante el sacerdote y lleva la ofrenda ceremonial conforme a la ley de Moisés como prueba de que has sido sanado”.