Y habiendo dicho esto, les mostró sus manos y pies.
“Miren mis manos y mis pies, miren que soy yo. Tóquenme y saldrán de dudas, porque un espíritu no tiene carne ni huesos, así como ven que yo tengo”.
Pero ellos aún no podían creerlo porque estaban muy eufóricos y asombrados. Entonces les preguntó: “¿Tienen algo de comer?”
Después de este saludo, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos estaban llenos de alegría por ver al Señor.
Entonces le dijo a Tomás: “Coloca aquí tu dedo, y mira mis manos. Coloca tu mano en la herida que tengo en mi costado. ¡Deja de dudar y cree en mí!