Y en ese momento, llegó donde ellos estaban, y comenzó a alabar a Dios. Y les habló de Jesús a todos los que estaban allí los que esperaban el tiempo en que Dios libertaría a Jerusalén.
José de Arimatea, quien era miembro del concilio de gobierno, y que esperaba el reino de Dios, tuvo la valentía de ir donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.
En ese tiempo vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Y era un hombre recto y muy piadoso. Él esperaba con ansias la esperanza de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él.
Ana, la profetisa, vivía también en Jerusalén. Ella era la hija de Fanuel, de la tribu de Aser, y ya estaba muy vieja. Había estado casada por siete años
pero no había estado de acuerdo con sus decisiones y acciones. Este hombre venía de la ciudad judía de Arimatea, y estaba esperando con ansias el reino de Dios.
Alabado sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido en Cristo con todo lo que es espiritualmente bueno en el mundo celestial,