Y desde allí le gritaron: “Jesús, Maestro, por favor, ten misericordia de nosotros”.
Una mujer cananea de ese lugar vino gritando: “¡Señor, Hijo de David! ¡Por favor, ten misericordia de mi, pues mi hija sufre grandemente porque está poseída por un demonio!”
Al seguir Jesús su camino, dos hombres ciegos lo seguían y le gritaban: “¡Hijo de David, ten misericordia de nosotros!”
“A menudo lo lanza al fuego para quemarlo y matarlo, o lo lanza al agua para ahogarlo. Por favor, ten misericordia de nosotros y ayúdanos, si puedes”.
Cuando Jesús los vio, les dijo: “Vayan y preséntense ante los sacerdotes”. Y mientras iban de camino, fueron sanados.
“Señor, trabajamos arduamente toda la noche y no atrapamos nada. Pero si tú lo dices, lanzaré las redes”, respondió Pedro.