Zeba y Zalmuna estaban en Carcor con sus ejércitos de unos quince mil hombres. Estos eran todos los que quedaban de los ejércitos del pueblo de Oriente; ya habían muerto ciento veinte mil hombres.
Cuando el rey de Moab se dio cuenta de que había perdido la batalla, dirigió a setecientos espadachines para intentar abrirse paso y atacar al rey de Edom, pero no pudieron hacerlo.
Entonces el ángel del Señor fue al campamento asirio y mató a 185.000 de ellos. Cuando los supervivientes se despertaron por la mañana, estaban rodeados de cadáveres.
Porque romperás el yugo que los agobia, la barra sobre sus hombros y la vara de los opresores que los golpean, como hiciste cuando derrotaste al ejército madianita.
Ese día se convocó a un total de veintiséis mil hombres armados con espadas de las ciudades de Benjamín, además de los setecientos guerreros experimentados de Guibeá.
Los líderes de todo el pueblo de cada tribu israelita tomaron sus posiciones asignadas en el ejército reunido del pueblo de Dios, cuatrocientos mil soldados armados con espadas.
Llegaron en gran número con su ganado y sus tiendas como enjambres de langostas, con tantos camellos que no se podían contar. Invadieron la tierra para devastarla por completo.
Los madianitas, los amalecitas y todos los pueblos de Oriente llenaban el valle como una nube de langostas, y en cuanto a sus camellos, eran tan incontables como la arena de la orilla del mar.
Justo cuando llegó Gedeón, un hombre le contaba a su amigo un sueño que había tenido. Decía: “He tenido este sueño. Soñé que veía una hogaza redonda de pan de cebada llegar rodando al campamento madianita. Golpeaba una tienda de campaña y la ponía patas arriba, en el suelo”.
Cuando tocaron las trescientas trompetas, el Señor hizo que todos los hombres del campamento se atacaran unos a otros con sus espadas. El ejército enemigo huyó hacia Bet Shitá, cerca de Zererá, hasta la frontera de Abel Meholá, cerca de Tabbá.