“Porque Dios amó al mundo, y lo hizo de esta manera: entregó a su único Hijo, a fin de que todos los que crean en él no mueran, sino que tengan vida eterna.
Entonces el ángel le dijo: “¡No toques al niño! No le hagas nada, porque ahora sé que realmente obedeces a Dios, pues no te negaste a darme a tu hijo, a tu único hijo”.
Entonces Dios le dijo: “Ve con tu hijo, el hijo al que amas, tu único hijo, a la tierra de Moriah y sacrifícalo como una ofrenda quemada sobre el altar en una de las montañas que yo te mostraré”.
Porque nos nacerá un niño, se nos dará un hijo. Él llevará la responsabilidad de gobernar. Se llamará Consejero maravilloso, Dios poderoso, Padre eterno, Príncipe de la paz.
Vayan y descubran lo que esto significa: ‘quiero misericordia, no sacrificio. Porque no vine a llamar a los que hacen el bien—Vine a llamar a los pecadores’”.
Aquellos que creen en él no están condenados, mientras que aquellos que no creen en él ya están condenados porque no creyeron en el único Hijo de Dios.
Cualquiera que confía en el Hijo tiene vida eterna, pero cualquiera que se niega a creer en el Hijo, no experimentará vida eterna, sino que sigue bajo la condenación de Dios.
Aunque éramos sus enemigos, Dios nos convirtió en sus amigos por medio de la muerte de su Hijo, y así podemos estar totalmente seguros de que él nos salvará por la vida de su Hijo.
Pero vemos a Jesús, puesto en un lugar un poco inferior al de los ángeles, coronado de gloria y honra por el sufrimiento de la muerte. Por medio de la gracia de Dios, Jesús experimentó la muerte por todos.
¡Miren el amor que tiene el Padre para con nosotros! Por eso podemos ser llamados hijos de Dios, ¡porque eso es lo que somos! La razón por la que el mundo no nos reconoce como hijos de Dios es porque no lo reconocen a él.
y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el gobernante de los reyes de la tierra. A Jesús, quien nos ama y nos libertó de nuestros pecados por medio de su sangre,