Entonces el rey de Israel sacó a los profetas -cuatrocientos- y les preguntó: “¿Debo subir a atacar Ramot de Galaad, o no?” “Sí, adelante”, le respondieron, “porque el Señor la entregará al rey”.
¿Qué van a hacer el día en que sean castigados, cuando el desastre caiga sobre ustedes desde lejos? ¿A quién vas a correr para que te ayude? ¿Dónde vas a dejar toda tu riqueza?
En ese momento la gente que vive en las tierras costeras dirán: ‘¡Mira lo que ha sucedido a aquellos de los que dependíamos! Corrimos hacia ellos en busca de ayuda para salvarnos del rey de Asiria. No tenemos ninguna posibilidad!’”
Los pecadores que viven en Sión tiemblan de miedo; los insensatos están aterrorizados. Preguntan: “¿Quién puede vivir con este fuego que lo consume todo? ¿Quién puede vivir entre este fuego eterno?”
¿Hasta cuándo tendrá que lamentarse la tierra y secarse la hierba de todos los campos a causa de la maldad de la gente que la habita? Los animales y las aves se han extinguido porque la gente ha dicho: “El no sabe lo que nos va a pasar”.
Los profetas están profetizando mentiras en mi nombre, respondió el Señor. Yo no los envié, ni los elegí, ni les hablé. Es una visión mentirosa, una predicción vacía, un producto engañoso de sus propias mentes lo que te están profetizando.
Su impureza contamina sus faldas. No pensó en lo que pasaría. Su caída fue un increíble, y nadie estuvo allí para consolarla. “¡Por favor, Señor, mira cuánto estoy sufriendo, porque el enemigo ha ganado!”, dice ella.
Las visiones de tus profetas fueron falsas y sin valor; no señalaron tu culpa para evitar que fueras llevada al cautiverio. En cambio, te presentaron visiones falsas y engañosas.
El enemigo rastreó cada uno de nuestros movimientos para que no pudiéramos caminar por nuestras calles. Nuestro fin se acercaba. Nuestro tiempo se acabó porque nuestro fin había llegado.
“Han engañado a mi pueblo diciendo: ‘Tendremos paz’, cuando no habrá paz. Es como si pusieran una capa de cal sobre un muro inestable de piedras sueltas que el pueblo ha construido.
“Las visiones que ven son falsas y las profecías que dan son mentiras. Afirman: ‘Esto es lo que dice el Señor’, cuando el Señor no los envió. Aun así, ¡esperan que su mensaje se cumpla!
¿Van a ser tan valientes, y serán lo suficientemente fuertes para defenderse cuando llegue el momento en que yo me ocupe de ustedes? Yo, el Señor, he hablado, y voy a actuar.
Si un falso profeta viniera ante ustedes con mentiras, diciendo: “Les predicaré sobre los beneficios del vino y el alcohol”, ese sería el profeta perfecto para la clase de pueblo que son ustedes.
Sus líderes juzgan por soborno y sus sacerdotes predican según el precio pagado. Aún así se apoyan en el Señor y dicen: “¿Acaso no está el Señor aquí con nosotros? ¡Nada malo puede sucedernos!”