Mucho tiempo después, el Señor me dijo: Ve a Perat y trae el taparrabos que te ordené esconder allí.
Fui, pues, y lo escondí junto al río Perat, como me había dicho el Señor.
Fui a Perat, desenterré el taparrabos y lo saqué de donde lo había escondido. Obviamente, estaba arruinado, completamente inservible.
Miré hacia arriba y vi lo que parecía un trono hecho de lapislázuli más allá de la extensión, muy por encima de las cabezas de los querubines.
Será un día sombrío y oscuro; un día de nubes oscuras y sombras espesas. Como el amanecer se esparce por las montañas, aparece un ejército, tan grande y poderoso como ningún otro ha existido antes, ni existirá jamás.
Y se quemaban por el intenso calor, y maldecían el nombre de Dios, quien controlaba estas plagas. Y no se arrepentían ni le daban gloria.