Que los pueblos de distintas naciones te sirvan y se inclinen ante ti. Que todos los que te maldigan sean malditos, y que sean benditos todos los que te bendigan”.
José era el gobernador del país y vendía grano a todo el pueblo de allí. Los hermanos de José fueron a él y se inclinaron ante él con el rostro en tierra.
Judá se acercó y le dijo: “Si te complace, mi señor, deja que tu siervo diga una palabra. Por favor, no te enfades con tu siervo, aunque seas tan poderoso como el propio Faraón.
Él también es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primero y más alto de los que se levantaron de la muerte, de modo que él es supremo en todas las cosas.