Al atardecer, los ángeles le rogaron a Lot que se apresurara, diciéndole: “¡Apúrate! Sal ahora mismo con tu esposa y con tus dos hijas de aquí, de lo contrario serán destruidas cuando caiga el castigo sobre la ciudad”.
(Por eso, aún hoy, los israelitas no se comen el tendón del muslo que está unido a la cuenca de la cadera, porque ahí es donde el hombre golpeó la cuenca de la cadera de Jacob).
Así que tomaron el buey provisto y lo prepararon. Luego invocaron a Baal por su nombre desde la mañana hasta el mediodía. “¡Baal, respóndenos!”, suplicaron. Pero no se oyó ninguna voz, ni nadie respondió. Cojeaban en una danza alrededor del altar que habían hecho.
Yo grité: “¡Estoy condenado! Voy a morir porque soy un hombre de labios impuros, y vivo en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto al Rey, al Señor Todopoderoso”.
Pero para los que tienen reverencia por mi, el sol de la salvación de Dios brillará con curación en sus alas, y serán liberados, saltando como terneros que han sido liberados de sus establos.
Además, como las revelaciones fueron tan asombrosas, y para que no pudiera enorgullecerme de ello, se me dio una “espina en la carne”—un mensajero de Satanás, para herirme a fin de que no me volviera orgulloso.
Pero él me dijo: “Mi gracia te bastará, pues mi poder se hace eficaz en la debilidad”. Por eso me jacto felizmente de mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo.
y me dijeron: “Escucha, el Señor nuestro Dios nos ha revelado la gloria y la majestad, y hemos escuchado su voz que venía del fuego. Hoy hemos visto que los seres humanos no pueden morir incluso cuando Dios habla con ellos.