Así que Isaac envió a Jacob, y Jacob se fue de viaje a Paddan-aram, a la casa de Labán, hijo de Betuel, el arameo. Labán era el hermano de Rebeca, la madre de Jacob y Esaú.
Entonces el siervo y sus hombres comieron y bebieron, y pasaron la noche allí. Cuando se levantaron por la mañana, dijo “Es mejor que me vaya ahora a cada de mi señor Abraham”.
Pero por la noche Dios visitó a Labán en un sueño y le dijo: “Ten cuidado con lo que le dices a Jacob. No trates de persuadirlo para que regrese, ni lo amenaces”.
Los arameos comerciaban con ustedes porque tenían muchas mercancías. Les proporcionaban turquesa, tela púrpura, bordados, lino fino, coral y jaspe rojo a cambio de tus bienes.
Entonces esto es lo que debes declarar públicamente ante el Señor tu Dios, “Mi padre era un arameo que andaba de un lugar a otro. Sólo había unos pocos cuando él y su familia se fueron a vivir a Egipto. Pero se convirtieron en una nación grande y poderosa.