Pero Dios le dijo a Abraham: “No te sientas mal en cuanto al hijo de la mujer esclava. Haz lo que Sara te pide, porque tu descendencia será contada a través de Isaac.
El rey se derrumbó. Subió a la sala sobre la puerta y lloró. Mientras caminaba, sollozaba: “¡Hijo mío Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!”
Cuando la recibimos, la disciplina nos parece dolorosa, y no sentimos que traiga felicidad. Pero después produce paz en los que han sido entrenados de esta forma para hacer lo recto.