“Yo estaré contigo”, respondió el Señor, “y esta será la señal de que soy yo quien te envía: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, adorarás a Dios en este mismo monte”.
Las palabras que me dio para hablar son como una espada afilada. Me ha protegido cubriéndome con su mano. Me puso en su carcaj como una flecha afilada, manteniéndome allí a salvo.
El Señor Dios me ha dado la capacidad de enseñar a otros, de saber animar con una palabra a los que están agotados. Él me despierta cada mañana; me ayuda a escuchar como discípulo.
Cuando ellos vengan a arrestarlos y juzgarlos, no se preocupen por lo que vayan a decir. Digan lo que se les diga en ese momento, porque no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu Santo.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar. Y cuando terminó de orar, uno de sus discípulos le pidió: “Señor, por favor enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”.