El Señor cambió la dirección del viento, de modo que un fuerte viento del Oeste arrastró a las langostas hasta el Mar Rojo. No quedó ni una sola langosta en ningún lugar de Egipto.
Así que Dios los llevó por el camino más largo a través del desierto hacia el Mar Rojo. Cuando los israelitas dejaron la tierra de Egipto eran como un ejército listo para la batalla.
“Yo los quitaré del ejército del norte. Los conduciré al desierto desolado—al frente, en el mar del este, y por la parte posterior, al mar del oeste. La pestilencia del ejército muerto se levantará. Será una gran pestilencia, porque ha hecho cosas terribles”.
Por fe en Dios, los israelitas cruzaron en Mar Rojo como si caminaran por tierra seca. Y cuando los egipcios quisieron hacer lo mismo, murieron ahogados.