Cuando el decreto y las órdenes del rey llegaron a todas las provincias, los judíos se pusieron a llorar con terrible angustia. Ayunaron, lloraron y se lamentaron, y muchos se acostaron con saco y ceniza.
Llamó a Hatac, uno de los eunucos del rey asignados para atenderla, y le ordenó que fuera a ver a Mardoqueo y averiguara qué estaba haciendo y por qué.
Mardoqueo le explicó todo lo que le había sucedido, incluyendo la cantidad exacta de dinero que Amán había prometido pagar al tesoro real por la destrucción de los judíos.
En esta segunda cena, mientras bebían vino, el rey volvió a preguntar a Ester: “¿Qué es lo que realmente pides, reina Ester? Se te dará. ¿Qué quieres? Lo tendrás, tanto como la mitad de mi imperio”.
éste dijo a la reina Ester: “Los judíos han matado y destruido a quinientos hombres en la fortaleza de Susa, incluidos los diez hijos de Amán. ¡Imagina lo que han hecho en el resto de las provincias reales! Ahora, ¿qué es lo que quieres pedir? Se te dará. ¿Qué más quieres? Se te concederá”.