“¡No traigan a esos prisioneros aquí!”, les dijeron. “Si lo hacen, no lograrán más que aumentar nuestros pecados y nuestra maldad contra el Señor. Nuestra culpa ya es grande, y su feroz ira está cayendo sobre Israel”.
Ahora deben confesar su pecado al Señor, el Dios de sus antepasados, y hacer lo que él les pide. Corta tus vínculos con la gente de la tierra y con tus esposas extranjeras”.
A los tres días, todos los de Judá y Benjamín se reunieron en Jerusalén. El vigésimo día del noveno mes, todo el pueblo se sentó en la plaza junto al Templo de Dios, temblando por este asunto y también por la fuerte lluvia.
¿acaso que brantaremos otra vez tus mandamientos para casarnos con los pueblos que cometen estas prácticas religiosas abominables? ¿Acaso no te enfadarías tanto con nosotros y hasta nos destrurías? No quedaría ningún remanente, ni un solo superviviente.
Oré: “Dios mío, me siento tan avergonzado y abochornado de venir a orar a ti, Dios mío, porque estamos sobrepasados por el pecado, y nuestra culpa ha subido a los cielos.