Los altares de Aven, donde Israel pecó, serán demolidos, y crecerán cardos con espinas sobre sus altares. Entonces clamarán a las montañas y a las colinas: “¡Caigan sobre nosotros!”
“Tu lo has dicho”, respondió Jesús. “Y también te digo que en el futuro verás al Hijo de Dios sentado a la diestra del Todopoderoso, y viniendo en las nubes de los cielos”.
Jesús los miró con exasperación, muy molesto por la dureza de sus corazones. Entonces le dijo al hombre: “Extiende tu mano”. Y el hombre extendió su mano, y le fue sanada.
E hizo un voto sagrado en nombre de Aquél que vive por siempre y para siempre, de Aquél que creó los cielos y todo lo que hay en ellos, la tierra y todo lo que hay en ella, y el mar y todo lo que hay en él. “¡No más demora!” dijo.
De su boca salió una espada afilada para herir las naciones. Él gobernará el mundo con una vara de hierro, y él mismo pisotea el lagar del juicio de Dios, el Todopoderoso.
Y clamaban, diciendo: “¿Hasta cuándo, Señor, que eres santo y verdadero, harás juicio y traerás justicia sobre aquellos en la tierra que derramaron nuestra sangre?”