Pero el príncipe del reino de Persia se opusieron a mí durante veintiún días. Entonces Miguel, uno de los principales príncipes, vino a ayudarme, porque los reyes de Persia me tenían detenido.
“En ese momento se levantará Miguel, el gran príncipe, el protector de tu pueblo, y habrá un tiempo de angustia como nunca antes, desde que existen las naciones. Pero en ese momento se salvará tu pueblo, todos cuyos nombres están escritos en el libro.
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, junto con sus ángeles. Entonces le dará a cada uno lo que merece conforme a lo que haya hecho.
Con el toque de una trompeta él enviará a sus ángeles para reunir a sus escogidos de todas partes, desde un confín del cielo y de la tierra hasta el otro.
Además, como las revelaciones fueron tan asombrosas, y para que no pudiera enorgullecerme de ello, se me dio una “espina en la carne”—un mensajero de Satanás, para herirme a fin de que no me volviera orgulloso.
No estamos peleando contra fuerzas humanas, sino contra poderes y gobernantes sobrenaturales, contra los señores de las tinieblas de este mundo, contra las fuerzas espirituales de maldad que están en los cielos.
Era conveniente que Dios, quien crea y sostiene todas las cosas, preparara por medio del sufrimiento a Aquél que los lleva a la salvación, para llevar a muchos de sus hijos a la gloria.
Porque Dios no perdonó ni siquiera a los ángeles cuando pecaron. Sino que los lanzó al Tártaro, manteniéndolos en pozos de oscuridad, listos para el juicio.
Incluso el arcángel Miguel, cuando discutía con el diablo sobre el cuerpo de Moisés, no se animó a condenarlo con insultos difamatorios, sino que dijo: “Que el Señor te reprenda”.
Y el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo, fue lanzado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Entonces a la bestia se le dio poder de atacar a los creyentes y vencerlos, y también se le dio autoridad sobre todos los pueblos, tribus, lenguas y naciones.