Así que todos los hombres de Israel abandonaron a David para seguir a Seba, hijo de Bicri. Pero los hombres de Judá acompañaron a su rey todo el camino desde el Jordán hasta Jerusalén.
Un agitador llamado Seba, hijo de Bicri, de la tribu de Benjamín, se encontraba allí. Hizo sonar el cuerno de carnero y gritó: “No tenemos ningún interés en David, ningún compromiso con el hijo de Isaí. Israelitas, vámonos todos a casa”.
Esa no es la intención. Pero un hombre llamado Seba, hijo de Bicri, de la región montañosa de Efraín, se ha rebelado contra el rey, contra David. Entrega a este hombre y me retiraré de la ciudad”. “Bien”, respondió la mujer, “su cabeza será arrojada por encima del muro para ti”.
Cuando David regresó a su palacio en Jerusalén, tomó a las diez concubinas que había dejado para que cuidaran el palacio y los puso en una casa bajo vigilancia. Se ocupó de sus necesidades, pero no se acostó con ellas. Estuvieron presas hasta que murieron, viviendo como viudas.
Cuando todos los israelitas se enteraron de que Jeroboam había regresado, enviaron a buscarlo, lo convocaron a la asamblea y lo nombraron rey de todo Israel. Sólo la tribu de Judá quedó en manos de la casa de David.
Cuando llegó y vio con sus propios ojos cómo estaba obrando la gracia de Dios, se deleitó en esto. Y animó a todos a que se consagraran por completo a Dios y a mantenerse fieles.