El rey también le dijo al sacerdote Sadoc: “Entiendes la situación, ¿cierto? Regresa a la ciudad sano y salvo con tu hijo Ajimaz, y también con Jonatán, hijo de Abiatar. Tú y Abiatar llevad a vuestros dos hijos de vuelta con ustedes.
Jonatán y Ahimaas se alojaban en En-rogel porque no podían ser vistos al entrar en la ciudad. Una sirvienta vendría a decirles lo que estaba sucediendo. Luego irían a avisarle al rey David.
“No eres el hombre adecuado para llevar la buena noticia hoy”, respondió Joab. “Puedes hacerlo en otro momento, pero no lo hagas hoy, porque el hijo del rey ha muerto”.
“No importa, quiero correr de todos modos”, dijo. “¡Bien, empieza a correr!” le dijo Joab. Ahimaas tomó la ruta por un terreno más llano y alcanzó al etíope.
Un corredor entrega su mensaje a otro para que lo lleve; un mensajero sigue a otro mensajero, todos ellos alertan al rey de Babilonia de la noticia de que su ciudad ha sido completamente conquistada,
Queridos amigos, no procuren la venganza, más bien dejen que Dios sea quien haga juicio—tal como señala la Escritura: “‘Es a mí a quien corresponde administrar la justicia, yo pagaré,’ dice el Señor”.