Una tarde, David se levantó de dormir la siesta y se paseó por el tejado del palacio. Desde el tejado vio a una mujer bañándose, una mujer muy hermosa.
Eva vio que el fruto del árbol lucía bueno para comer. El fruto se veía muy atractivo. Y Eva lo deseaba para obtener sabiduría. Así que tomó del fruto y lo comió, y lo compartió con su esposo, que estaba con ella, y él también comió.
Así que Potifar dejó que José cuidara de todo lo que tenía. No se preocupaba de nada, excepto de decidir qué comida iba a comer. Ahora José era guapo, tenía un buen físico,
Recab y Baná, hijos de Rimón de Berot, se dirigieron a la casa de Isboset, llegando con el calor del día, cuando el rey estaba tomando su descanso de mediodía.
Entraron en la casa mientras Isboset dormía en su habitación. Después de apuñalarlo y matarlo, le cortaron la cabeza, la cual se llevaron, y viajaron toda la noche por el camino del valle del Jordán.
Todas las casas de Jerusalén y los palacios de los reyes de Judá se volverán inmundos como Tofet, porque todas son casas en cuyos tejados se quemaba incienso al sol, a la luna y a las estrellas, y se derramaban libaciones a otros dioses.
“No debes desear tener la esposa de otro. No debes desear tener su casa o su campo, o su esclavo o su esclava, o su buey o su burro, o cualquier cosa que les pertenezca”.
Porque todas las cosas de este mundo, nuestros deseos pecaminosos, nuestro deseo por todo lo que vemos, nuestra jactancia por lo que hemos logrado en la vida, ninguna de esas cosas viene del Padre, sino del mundo.