De la misma manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Nosotros no sabemos cómo hablar con Dios, pero el Espíritu mismo intercede con nosotros y por nosotros mediante gemidos que las palabras no pueden expresar.
Jesús, mientras estuvo aquí, en forma humana, oró y clamó a Dios con grandes gemidos y lágrimas, al único que tenía el poder de salvarlo de la muerte. Y Jesús fue escuchado por su respeto hacia Dios.
“Lamento haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha hecho lo que le ordené”. Samuel se molestó y clamó al Señor durante toda la noche.