Jehú se levantó y entró, donde el joven profeta le echó el aceite de oliva en la cabeza y le anunció: “Esto es lo que dice el Señor, el Dios de Israel: ‘Te unjo como rey del pueblo del Señor, Israel.
Las riquezas y el honor provienen de ti y tú reinas de forma suprema. Tú posees el poder y la fuerza, y tienes la capacidad de engrandecer a las personas y de dar fuerza a todos.
Ezequías era muy rico y gozaba de mucha honra, y construyó almacenes de tesorería para guardar plata, oro, piedras preciosas, especias, escudos y toda clase de cosas valiosas.
“Estaba desnudo cuando salí del vientre de mi madre, y estaré desnudo cuando me vaya”, dijo. “El Señor dio, y el Señor ha quitado. Que el nombre del Señor sea honrado”.
Porque el Señor tiene una copa en su mano, llena de vino espumoso mezclado con especias. Él vierte el vino, y todos los malvados lo beberán, hasta la última gota.
Todos los árboles del campo sabrán que yo soy el Señor. Puedo derribar al alto y hacer que el árbol bajo crezca en altura. Puedo hacer que el árbol verde se seque, y hacer que el árbol marchito vuelva a ser verde. Yo, el Señor, he hablado y lo haré”.