Mientras estaban adorando al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: “Aparten a Bernabé y a Saulo para que hagan el trabajo para el cual los he llamado”.
Después de esto, durante la noche, el Señor se puso en pie junto a Pablo y le dijo: “¡Ten valor! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así mismo deberás hacerlo en Roma”.
Entonces Ananías salió y fue a la casa que el Señor le mostró. Y puso sus manos sobre Saulo. “Hermano Saulo”, le dijo, “El Señor Jesús, quien se apareció delante de ti en el camino cuando viajabas hacia acá, me ha enviado para que recobres tu vista y seas lleno del Espíritu Santo”.
¡Miren lo que tienen delante de sus ojos! Todo el que crea que pertenece a Cristo debe pensarlo dos veces, porque así como ellos pertenecen a Cristo, nosotros también le pertenecemos.
Esta carta viene de Pablo, un apóstol no designado por ninguna organización o autoridad humana. Muy por el contrario, fui designado por Jesucristo y Dios, el Padre, quien levantó a Jesús de entre los muertos.
Nuestra intención no era ganar la alabanza de nadie, ni la de ustedes, ni la de los demás. Nos hubiéramos convertido en un “carga” para ustedes como mensajeros de Cristo;
Fui designado para compartir este mensaje y ser su mensajero, ser un maestro para los extranjeros sobre la fe en Dios y la verdad (no miento, digo la verdad).