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Ester 7:4 - Biblia Nueva Versión Internacional 2017

4 Porque a mí y a mi pueblo se nos ha vendido para exterminio, muerte y aniquilación. Si solo se nos hubiera vendido como esclavos, yo me habría quedado callada, pues tal angustia no sería motivo suficiente para inquietar al rey.

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Más versiones

Biblia Reina Valera 1960

4 Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados. Si para siervos y siervas fuéramos vendidos, me callaría; pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable.

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Biblia Nueva Traducción Viviente

4 Pues mi pueblo y yo hemos sido vendidos para ser muertos, masacrados y aniquilados. Si solo nos hubieran vendido como esclavos, yo me quedaría callada, porque sería un asunto por el cual no merecería molestar al rey.

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Biblia Católica (Latinoamericana)

4 Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser masacrados, asesinados y exterminados. Si sólo hubiéramos sido vendidos como esclavos, no diría nada, pero ¿de qué manera podrá el enemigo compensar el daño que ha hecho al rey?»

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La Biblia Textual 3a Edicion

4 ¡Porque yo y mi pueblo hemos sido vendidos para ser destruidos, matados y exterminados! Si como esclavos o esclavas hubiéramos sido vendidos, yo habría callado, porque aun tal calamidad no sería digna de la molestia del rey.

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Biblia Serafín de Ausejo 1975

4 Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser exterminados, muertos y aniquilados. Si hubiéramos sido vendidos como esclavos y esclavas, me habría callado, pues esta calamidad no redundaría tanto en perjuicio del rey'.

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Ester 7:4
18 Referencias Cruzadas  

Y, aunque nosotros y nuestros hermanos somos de la misma sangre, y nuestros hijos y los suyos son iguales, a nosotros nos ha tocado vender a nuestros hijos e hijas como esclavos. De hecho, hay hijas nuestras sirviendo como esclavas, y no podemos rescatarlas, puesto que nuestros campos y viñedos están en poder de otros».


Luego se enviaron los documentos por medio de los mensajeros a todas las provincias del rey con la orden de exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos —jóvenes y ancianos, mujeres y niños— y saquear sus bienes en un solo día: el día trece del mes doce, es decir, el mes de adar.


Si le parece bien, emita el rey un decreto para aniquilarlos, y yo depositaré en manos de los administradores trescientos treinta mil kilos de plata para el tesoro real.


El rey le preguntó: ―¿Y quién es ese que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está?


―¡El adversario y enemigo es este miserable Amán! —respondió Ester. Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina.


El edicto del rey facultaba a los judíos de cada ciudad a reunirse y defenderse, a exterminar, matar y aniquilar a cualquier fuerza armada de cualquier pueblo o provincia que los atacara a ellos o a sus mujeres y niños, y a apoderarse de los bienes de sus enemigos.


Porque ¿cómo podría yo ver el mal que se cierne sobre mi pueblo? ¿Cómo podría ver impasible el exterminio de mi gente?


Pero, cuando Ester se presentó ante el rey, este ordenó por escrito que el malvado plan que Amán había maquinado contra los judíos debía recaer sobre su propia cabeza, y que él y sus hijos fueran colgados en la estaca.


y tres administradores, uno de los cuales era Daniel. Estos sátrapas eran responsables ante los administradores, a fin de que los intereses del rey no se vieran afectados.


A los griegos les vendisteis el pueblo de Jerusalén y de Judá, para alejarlos de su tierra.


Así dice el Señor: «Los delitos de Israel han llegado a su colmo; por tanto, no revocaré su castigo: Venden al justo por monedas, y al necesitado, por un par de sandalias.


Pero ¡qué tal si ese siervo se pone a pensar: “Mi señor tarda en volver”, y luego comienza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y emborracharse!


Y aunque el Señor te prometió que jamás volverías por el camino de Egipto, te hará volver en barcos. Allá te ofrecerás a tus enemigos como esclavo, y no habrá nadie que quiera comprarte».


A partir de ahora, esta será vuestra maldición: seréis por siempre sirvientes del templo de mi Dios, responsables de cortar la leña y de acarrear el agua.


Pero no tengas miedo. Quédate conmigo, que aquí estarás a salvo. Quien quiera matarte tendrá que matarme a mí.


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