Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra, —entonces dijo al paralítico—: ¡Levántate; toma tu camilla y vete a tu casa!
Los hombres se maravillaron y decían: —¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama corrió por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían males: los que padecían diversas enfermedades y dolores, los endemoniados, los lunáticos y los paralíticos. Y él los sanó.
Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.'
El es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Y cuando había hecho la purificación de nuestros pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.
Y aconteció que cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes estaban maravilladas de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Y aconteció en uno de esos días que Jesús estaba enseñando, y estaban sentados allí unos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y Jerusalén. El poder del Señor estaba con él para sanar.
Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho.
—¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, vestido con vestiduras brillantes? ¿Quién es éste de ropa esplendorosa, que marcha en la grandeza de su poder? —Soy yo, que hablo en justicia, grande para salvar.
Al atardecer, trajeron a él muchos endemoniados. Con su palabra echó fuera a los espíritus y sanó a todos los enfermos, de modo que se cumpliese lo dicho por medio del profeta Isaías, quien dijo: El mismo tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.
Por esto también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos.
Y él les dijo: —¿Por qué estáis miedosos, hombres de poca fe? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza. Los hombres se maravillaron y decían: —¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
y quien fue declarado Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad por su resurrección de entre los muertos—, Jesucristo nuestro Señor.
Me refiero a Jesús de Nazaret, y a cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder. El anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.
Pero para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios.
Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Entonces llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para echarlos fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.
'Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Nadie conoce bien al Hijo, sino el Padre. Nadie conoce bien al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
Y a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos caminando sobre el mar. Pero cuando los discípulos le vieron caminando sobre el mar, se turbaron diciendo: —¡Un fantasma! Y gritaron de miedo. En seguida Jesús les habló diciendo: —¡Tened ánimo! ¡Yo soy! ¡No temáis!
Y cuando los hombres de aquel lugar le reconocieron, mandaron a decirlo por toda aquella región, y trajeron a él todos los que estaban enfermos. Y le rogaban que sólo pudiesen tocar el borde de su manto, y todos los que tocaron quedaron sanos.
Entonces se acercaron a él grandes multitudes que tenían consigo cojos, ciegos, mancos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a los pies de Jesús, y él los sanó; de manera que la gente se maravillaba al ver a los mudos hablar, a los mancos sanos, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y glorificaban al Dios de Israel.
Mas yo también te digo que tú eres Pedro; y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra habrá sido atado en el cielo, y lo que desates en la tierra habrá sido desatado en los cielos.
Jesús les dijo: —Por causa de vuestra poca fe. Porque de cierto os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: 'Pásate de aquí, allá'; y se pasará. Nada os será imposible. Pero este género de demonio sale sólo con oración y ayuno.
De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra habrá sido atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra habrá sido desatado en el cielo. Otra vez os digo que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidan, les será hecha por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Jesús se acercó a ellos y les habló diciendo: 'Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra.
Todos se maravillaron, de modo que discutían entre sí diciendo: —¿Qué es esto? ¡Una nueva doctrina con autoridad! Aun a los espíritus inmundos él manda, y le obedecen. Y pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región alrededor de Galilea.
Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados te son perdonados. Algunos de los escribas estaban sentados allí y razonaban en sus corazones: —¿Por qué habla éste así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, sino uno solo, Dios? De inmediato Jesús, dándose cuenta en su espíritu de que razonaban así dentro de sí mismos, les dijo: —¿Por qué razonáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados'; o decirle: 'Levántate, toma tu camilla y anda'? Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra—dijo al paralítico—: A ti te digo, ¡levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Y se levantó, y en seguida tomó su camilla y salió en presencia de todos, de modo que todos se asombraron y glorificaron a Dios, diciendo: —¡Jamás hemos visto cosa semejante!
porque había sanado a muchos, de modo que le caían encima todos cuantos tenían plagas, para tocarlo. Y los espíritus inmundos, siempre que le veían, se postraban delante de él y gritaban diciendo: '¡Tú eres el Hijo de Dios!'
Y despertándose, reprendió al viento y dijo al mar: —¡Calla! ¡Enmudece! Y el viento cesó y se hizo grande bonanza. Y les dijo: —¿Por qué estáis miedosos? ¿Todavía no tenéis fe? Ellos temieron con gran temor y se decían el uno al otro: —Entonces, ¿quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Fueron a la otra orilla del mar a la región de los gadarenos. Apenas salido él de la barca, de repente le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo. Este tenía su morada entre los sepulcros. Y nadie podía atarle ni siquiera con cadenas, ya que muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero él había hecho pedazos las cadenas y desmenuzado los grillos. Y nadie lo podía dominar. Continuamente, de día y de noche, andaba entre los sepulcros y por las montañas, gritando e hiriéndose con piedras. Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y le adoró. Y clamando a gran voz dijo: —¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. Pues Jesús le decía: —Sal de este hombre, espíritu inmundo. Y le preguntó: —¿Cómo te llamas? Y le dijo: —Me llamo Legión, porque somos muchos. Y le rogaba mucho que no los enviase fuera de aquella región. Allí cerca de la montaña estaba paciendo un gran hato de cerdos. Y le rogaron diciendo: —Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. Jesús les dio permiso. Y los espíritus inmundos salieron y entraron en los cerdos, y el hato se lanzó al mar por un despeñadero, como dos mil cerdos, y se ahogaron en el mar. Los que apacentaban los cerdos huyeron y dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y fueron para ver qué era lo que había acontecido. Llegaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal; y tuvieron miedo. Los que lo habían visto les contaron qué había acontecido al endemoniado y lo de los cerdos, y ellos comenzaron a implorar a Jesús que saliera de sus territorios. Y mientras él entraba en la barca, el que había sido poseído por el demonio le rogaba que le dejase estar con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: —Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas ha hecho el Señor por ti, y cómo tuvo misericordia de ti. El se fue y comenzó a proclamar en Decápolis cuán grandes cosas Jesús había hecho por él, y todos se maravillaban.
Había una mujer que sufría de hemorragia desde hacía doce años. Había sufrido mucho de muchos médicos y había gastado todo lo que tenía, y de nada le había aprovechado; más bien, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás de él entre la multitud y tocó su manto, porque ella pensaba: 'Si sólo toco su manto, seré sanada.' Al instante, se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que ya estaba sana de aquel azote. De pronto Jesús, reconociendo dentro de sí que había salido poder de él, volviéndose a la multitud dijo: —¿Quién me ha tocado el manto? Sus discípulos le dijeron: —Ves la multitud que te apretuja, y preguntas: '¿Quién me tocó?' El miraba alrededor para ver a la que había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, fue y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. El le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sanada de tu azote.
Tomó la mano de la niña y le dijo: —Talita, cumi—que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate—. Y en seguida la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y quedaron atónitos.
Entonces llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos. Les daba autoridad sobre los espíritus inmundos.
Dondequiera que entraba, ya sea en aldeas o ciudades o campos, ponían en las plazas a los que estaban enfermos, y le rogaban que sólo pudiesen tocar el borde de su manto. Y todos los que le tocaban quedaban sanos.
Entonces él mandó a la multitud recostarse en tierra. Tomó los siete panes, y habiendo dado gracias, los partió y daba a sus discípulos para que ellos los sirviesen. Y ellos los sirvieron a la multitud. También tenían unos pocos pescaditos. Y después de bendecirlos, él mandó que también los sirviesen. Comieron y se saciaron, y recogieron siete cestas de los pedazos que habían sobrado. Y eran como cuatro mil. El los despidió;
Entonces Jesús, mirándolos, les dijo: —Para los hombres es imposible; pero no para Dios. Porque para Dios todas las cosas son posibles.
Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes en las manos, y si llegan a beber cosa venenosa, no les dañará. Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.'
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor.
Todos quedaron asombrados y hablaban entre sí diciendo: —¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen? Y su fama se divulgaba por todos los lugares de la región.
Aconteció que, estando Jesús en una de las ciudades, he aquí había un hombre lleno de lepra. El vio a Jesús, y postrándose sobre su rostro, le rogó diciendo: —Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces extendió la mano y le tocó diciendo: —Quiero. ¡Sé limpio! Al instante la lepra desapareció de él.
Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, —dijo al paralítico—: A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!
Descendió con ellos y se detuvo en una llanura, junto con una multitud de sus discípulos y un gran número de personas de toda Judea, de Jerusalén, y de las costas de Tiro y de Sidón, que habían venido para oírle y para ser sanados de sus enfermedades. Los que eran atormentados por espíritus inmundos eran sanados, y toda la gente procuraba tocarle; porque salía poder de él, y sanaba a todos.
Luego se acercó y tocó el féretro, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces le dijo: —Joven, a ti te digo: ¡Levántate! Entonces el que había muerto se sentó y comenzó a hablar. Y Jesús lo entregó a su madre.
En aquella hora Jesús sanó a muchos de enfermedades, de plagas y de espíritus malos; y a muchos ciegos les dio la vista.
Entonces les dijo: —¿Dónde está vuestra fe? Atemorizados, se maravillaron diciéndose los unos a los otros: —¿Quién es éste, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?
Y una mujer, que padecía de hemorragia desde hacía doce años (la cual, aunque había gastado todo su patrimonio en médicos, no pudo ser sanada por nadie), se le acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. De inmediato se detuvo su hemorragia. Entonces dijo Jesús: —¿Quién es el que me ha tocado? Y como todos negaban, Pedro le dijo: —Maestro, las multitudes te aprietan y presionan. Jesús dijo: —Alguien me ha tocado, porque yo sé que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había pasado inadvertida, fue temblando; y postrándose delante de él, declaró ante todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo había sido sanada al instante. El le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz.
Reuniendo a los doce, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para sanar enfermedades. Los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.
Pero al saberlo las multitudes, le siguieron; y él los recibió y les hablaba del reino de Dios y sanaba a los que tenían necesidad de ser sanados.
Y todos se maravillaban de la grandeza de Dios. Como todos se maravillaban de todas las cosas que hacía, dijo a sus discípulos:
Los setenta volvieron con gozo, diciendo: —Señor, ¡aun los demonios se nos sujetan en tu nombre! El les dijo: —Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí, os doy autoridad de pisar serpientes, escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo; y nada os dañará.
He aquí yo enviaré el cumplimiento de la promesa de mi Padre sobre vosotros. Pero quedaos vosotros en la ciudad hasta que seáis investidos del poder de lo alto.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Jesús les dijo: —Llenad de agua las tinajas. Y las llenaron hasta el borde. Luego les dijo: —Sacad ahora y llevadlo al encargado del banquete. Se lo llevaron; y cuando el encargado del banquete probó el agua ya hecha vino, y no sabía de dónde venía (aunque los sirvientes que habían sacado el agua sí lo sabían), llamó al novio
Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
De cierto, de cierto os digo que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna. El tal no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo que viene la hora y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán.
Jesús les dijo: —Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás.
El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las ha dado, es mayor que todos; y nadie las puede arrebatar de las manos del Padre. Yo y el Padre una cosa somos.
Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?
De cierto, de cierto os digo que el que cree en mí, él también hará las obras que yo hago. Y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís alguna cosa en mi nombre, yo la haré.
Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí, nada podéis hacer.
Os he hablado de estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero ¡tened valor; yo he vencido al mundo!
así como le diste autoridad sobre todo hombre, para que dé vida eterna a todos los que le has dado.
Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.
Hombres de Israel, oíd estas palabras: Jesús de Nazaret fue hombre acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis.
Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Pero Pedro le dijo: —No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!
sea conocido a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que ha sido en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Por Jesús este hombre está de pie sano en vuestra presencia.
Extiende tu mano para que sean hechas sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo Siervo Jesús.'
Por las manos de los apóstoles se hacían muchos milagros y prodigios entre el pueblo, y estaban todos de un solo ánimo en el pórtico de Salomón.
Hacía esto por muchos días. Y Pablo, ya fastidiado, se dio vuelta y dijo al espíritu: —¡Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella! Y salió en el mismo momento.
Porque si por la ofensa de uno reinó la muerte por aquel uno, cuánto más reinarán en vida los que reciben la abundancia de su gracia y la dádiva de la justicia mediante aquel uno, Jesucristo.
Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, para el pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, vive para Dios.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante su Espíritu que mora en vosotros.
¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, es el que también resucitó; quien, además, está a la diestra de Dios, y quien también intercede por nosotros.
Pues como Dios levantó al Señor, también a nosotros nos levantará por medio de su poder.
Pero gracias a Dios, quien nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
y me ha dicho: 'Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad.' Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo.
y cuál la inmensurable grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la operación del dominio de su fuerza. Dios la ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y le hizo sentar a su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado, autoridad, poder, señorío y todo nombre que sea nombrado, no sólo en esta edad sino también en la venidera.
a fin de que, conforme a las riquezas de su gloria, os conceda ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior; para que Cristo habite en vuestros corazones por medio de la fe; de modo que, siendo arraigados y fundamentados en amor,
Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.
porque en él fueron creadas todas las cosas que están en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, dominios, principados o autoridades. Todo fue creado por medio de él y para él. El antecede a todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten.
por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo mismo todas las cosas, tanto sobre la tierra como en los cielos, habiendo hecho la paz mediante la sangre de su cruz.
Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad; y vosotros estáis completos en él, quien es la cabeza de todo principado y autoridad.
por cuanto nuestro evangelio no llegó a vosotros sólo en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo, y en plena convicción. Vosotros sabéis de qué manera actuamos entre vosotros a vuestro favor.
Ellos serán castigados con eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,
Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. No obstante, por esta razón recibí misericordia, para que Cristo Jesús mostrase en mí, el primero, toda su clemencia, para ejemplo de los que habían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, sean la honra y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
y ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús. El anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio,
Por tanto, puesto que los hijos han participado de carne y sangre, de igual manera él participó también de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el dominio sobre la muerte (éste es el diablo), y para librar a los que por el temor de la muerte estaban toda la vida condenados a esclavitud.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro.
El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero a fin de que nosotros, habiendo muerto para los pecados, vivamos para la justicia. Por sus heridas habéis sido sanados.
Porque Cristo también padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu;
El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo.
Porque todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
'Yo soy el Alfa y la Omega,' dice el Señor Dios, 'el que es, y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.'
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