Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados. Entonces dijo al paralítico: –Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Ellos, asombrados, se preguntaban: –¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Recorría Jesús toda Galilea enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de toda clase de enfermedades y dolencias. Con ello, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Siria; así que le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los curaba.
Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volverla a recibir. Esto es lo que me ordenó mi Padre.”
Él es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma del ser de Dios; y es él quien sostiene todas las cosas con su palabra poderosa. Después de limpiarnos de nuestros pecados se ha sentado en el cielo, a la derecha del trono de Dios.
Cuando Jesús acabó de hablar, la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como sus maestros de la ley.
Un día estaba Jesús enseñando, y se habían sentado por allí algunos fariseos y maestros de la ley venidos de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén. El poder de Dios se manifestaba en Jesús cuando curaba a los enfermos.
–¿Quién es ese que viene de Bosrá, capital de Edom, con su ropa teñida de rojo, que viene vestido espléndidamente y camina con fuerza terrible? –Soy yo, que anuncio la victoria y soy poderoso para salvar.
Al anochecer llevaron a Jesús muchas personas endemoniadas. Con una sola palabra expulsó a los espíritus malos, y también curó a todos los enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el profeta Isaías: “Él tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.”
Por tanto, puede salvar para siempre a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive para siempre, para interceder por ellos delante de Dios.
Él les contestó: –¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca es vuestra fe! Dicho esto se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente en calma. Ellos, asombrados, se preguntaban: –¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Sabéis que Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, y que este anduvo haciendo el bien y sanando a cuantos sufrían bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con él.
Dios lo ha levantado a su derecha y le ha hecho Guía y Salvador, para que la nación de Israel se convierta a Dios y reciba el perdón de sus pecados.
pero para los que Dios ha llamado, sean judíos o griegos, ese Mesías es el poder y la sabiduría de Dios.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias.
Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar a los espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias.
“Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.
De madrugada, Jesús fue hacia ellos andando sobre el agua. Los discípulos, al verle andar sobre el agua, se asustaron y gritaron llenos de miedo: –¡Es un fantasma! Pero Jesús les habló, diciéndoles: –¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
La gente del lugar reconoció a Jesús, y la noticia se extendió por toda aquella región. Le llevaban los enfermos y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su capa. Y todos los que la tocaban quedaban sanados.
Mucha gente se reunió donde él estaba. Llevaban cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos; los ponían a los pies de Jesús y él los sanaba. De modo que la gente estaba asombrada al ver que los mudos hablaban, los mancos quedaban sanos, los cojos andaban y los ciegos veían. Y todos alababan al Dios de Israel.
Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia; y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo.
Jesús les dijo: –Porque tenéis muy poca fe. Os aseguro que si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como un semilla de mostaza, diríais a ese monte: ‘Quítate de ahí y pásate allá’, y el monte se pasaría. Nada os sería imposible.
“Os aseguro que todo lo que atéis en este mundo, también quedará atado en el cielo; y todo lo que desatéis en este mundo, también quedará desatado en el cielo. “Además os digo que si dos de vosotros os ponéis de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo os lo dará. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”
Jesús se acercó a ellos y les dijo: –Dios me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra.
Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros: –¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen! Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.
Porque había sanado a tantos, que todos los enfermos se echaban sobre él para tocarle. Y cuando los espíritus impuros le veían, se ponían de rodillas delante de él y gritaban: –¡Tú eres el Hijo de Dios!
Jesús se levantó, dio una orden al viento y le dijo al mar: –¡Silencio! ¡Cállate! El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Después dijo Jesús a sus discípulos: –¿Por qué tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe? Y ellos, muy asustados, se preguntaban unos a otros: –¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Llegaron a la otra orilla del lago, a la tierra de Gerasa. Y rogaba mucho a Jesús que no enviara los espíritus fuera de aquella región. Y como cerca de allí, junto al monte, se hallaba paciendo una gran piara de cerdos, los espíritus le rogaron: –Mándanos a los cerdos y déjanos entrar en ellos. Jesús les dio permiso, y los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos. Estos, que eran unos dos mil, echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron. Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y contaron en el pueblo y por los campos lo sucedido. La gente acudió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su cabal juicio al endemoniado que había tenido la legión de espíritus. La gente estaba asustada, y los que habían visto lo sucedido con el endemoniado y con los cerdos, se lo contaron a los demás. Entonces comenzaron a rogar a Jesús que se fuera de aquellos lugares. Al volver Jesús a la barca, el hombre que había estado endemoniado le rogó que le dejara ir con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: –Vete a tu casa, con tus parientes, y cuéntales todo lo que te ha hecho el Señor y cómo ha tenido compasión de ti. En cuanto Jesús bajó de la barca se le acercó un hombre que tenía un espíritu impuro. Este hombre había salido de entre las tumbas, El hombre se fue y comenzó a contar por los pueblos de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos se quedaban admirados.
Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: “Tan sólo con que toque su capa, quedaré sana.” Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad. porque vivía en ellas. Nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó: –¿Quién me ha tocado? Sus discípulos le dijeron: –Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. Jesús le dijo: –Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad.
La tomó de la mano y le dijo: –Talita, cum (que significa: “Muchacha, a ti te digo: levántate”). Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada.
Llamó a los doce discípulos y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros.
Y dondequiera que él entraba, ya fueran aldeas, pueblos o campos, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que les dejara tocar siquiera el borde de su capa. Y todos los que la tocaban quedaban sanados.
Mandó entonces que la gente se sentara en el suelo, tomó en sus manos los siete panes y, habiendo dado gracias a Dios, los partió, los dio a sus discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Tenían también unos cuantos peces; Jesús dio gracias a Dios por ellos, y también mandó repartirlos. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y llenaron todavía siete canastas con los trozos sobrantes. Los que comieron eran cerca de cuatro mil. Después de esto, Jesús los despidió,
Jesús los miró y les contestó: –Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él no hay nada imposible.
Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; cogerán serpientes con las manos; si beben algún veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y los sanarán.”
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor.”
Todos se asustaron y se decían unos a otros: –¿Qué palabras son esas? ¡Este hombre da órdenes con plena autoridad y poder a los espíritus impuros y los hace salir! La fama de Jesús se extendía por todos los lugares de la región.
Un día estaba Jesús en un pueblo donde había un hombre enfermo de lepra. Al ver a Jesús se inclinó hasta el suelo y le rogó: –Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, diciendo: –Quiero. ¡Queda limpio! Al momento se le quitó la lepra al enfermo,
Pues voy a demostraros que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados. Entonces dijo al paralítico: –A ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Jesús bajó del cerro con ellos, y se detuvo en un llano. Se habían reunido allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, y de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. Habían venido para oir a Jesús y para que los curase de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanados. Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía.
En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús dijo al muerto: –Muchacho, a ti te digo, ¡levántate! Entonces el muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la madre.
En aquel mismo momento sanó Jesús a muchas personas de sus enfermedades y sufrimientos, y de los espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos.
Después dijo a sus discípulos: –¿Qué pasa con vuestra fe? Pero ellos, asustados y asombrados, se preguntaban unos a otros: –¿Quién es este, que da órdenes al viento y al agua y le obedecen?
Entre la gente había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había gastado en médicos todo lo que tenía, pero ninguno la había podido sanar. Esta mujer se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su capa, y en el acto se detuvo su hemorragia. Entonces Jesús preguntó: –¿Quién me ha tocado? Como todos negaban haberlo hecho, Pedro dijo: –Maestro, la gente te oprime y empuja por todos los lados. Pero Jesús insistió: –Alguien me ha tocado, porque he notado que de mí ha salido poder para sanar. La mujer, al ver que no podía ocultarse, fue temblando a arrodillarse a los pies de Jesús. Le confesó delante de todos por qué razón le había tocado y cómo había sido sanada en el acto. Jesús le dijo: –Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila.
Reunió Jesús a sus doce discípulos y les dio poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios y sanar enfermedades. Cuando los apóstoles regresaron, contaron a Jesús lo que habían hecho. Él, tomándolos aparte, los llevó a un pueblo llamado Betsaida. Pero cuando la gente lo supo, le siguieron; y Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos. Cuando ya comenzaba a hacerse tarde, se acercaron a Jesús los doce discípulos y le dijeron: –Despide a la gente, para que vayan a descansar y a buscar comida por las aldeas y los campos cercanos, porque en este lugar no hay nada. Jesús les dijo: –Dadles vosotros de comer. Contestaron: –No tenemos más que cinco panes y dos peces, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente. Eran unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: –Haced que se sienten en grupos, como de cincuenta en cincuenta. Así lo hicieron, y se sentaron todos. Luego Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos peces, y mirando al cielo dio gracias a Dios, los partió y los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente. La gente comió hasta quedar satisfecha, y todavía llenaron doce canastas con los trozos que sobraron. Un día estaba Jesús orando, él solo. Luego sus discípulos se le reunieron, y él les preguntó: –¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: –Unos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros, que uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. Los envió a anunciar el reino de Dios y a sanar a los enfermos.
Pero cuando la gente lo supo, le siguieron; y Jesús los recibió, les habló del reino de Dios y sanó a los enfermos.
Todos se quedaron admirados de la grandeza de Dios. Mientras todos seguían asombrados por lo que Jesús había hecho, dijo él a sus discípulos:
Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: –¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre! Jesús les dijo: –Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes, y para que triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño.
Y yo enviaré sobre vosotros lo que mi Padre prometió. Pero vosotros quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis el poder que viene de Dios.
Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como Hijo único recibió del Padre.
Jesús dijo a los sirvientes: –Llenad de agua estas tinajas. Las llenaron hasta arriba, y les dijo: –Ahora sacad un poco y llevádselo al encargado de la fiesta. Así lo hicieron, y el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde había salido. Solo lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Así que el encargado llamó al novio
Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela.
“Os aseguro que quien presta atención a mis palabras y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ha pasado de la muerte a la vida. Os aseguro que viene la hora, y es ahora mismo, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán.
Y Jesús les dijo: –Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.
El espíritu es el que da vida; el cuerpo de nada aprovecha. Las cosas que yo os he dicho son espíritu y vida.
Jesús se dirigió otra vez a la gente, diciendo: –Yo soy la luz del mundo. El que me siga tendrá la luz que le da vida y nunca andará en oscuridad.
“El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Yo les doy vida eterna y jamás perecerán ni nadie me las quitará. Lo que el Padre me ha dado es más grande que todo, y nadie se lo puede quitar. El guarda le abre la puerta, y el pastor llama a cada oveja por su nombre y las ovejas reconocen su voz. Él las saca del redil, El Padre y yo somos uno solo.
Jesús le dijo entonces: –Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto?
Jesús le contestó: –Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.
Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre yo lo haré, para que por el Hijo se manifieste la gloria del Padre. Yo haré cualquier cosa que me pidáis en mi nombre.
“Yo soy la vid y vosotros sois los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí nada podéis hacer.
Os digo todo esto para que encontréis paz en vuestra unión conmigo. En el mundo habréis de sufrir, pero tened valor, yo he vencido al mundo.
Pues tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todos los hombres, para que dé vida eterna a los que le confiaste.
pero cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis poder y saldréis a dar testimonio de mí en Jerusalén, en toda la región de Judea, en Samaria y hasta en las partes más lejanas de la tierra.
“Escuchad, pues, israelitas, lo que voy a decir: Como bien sabéis, Jesús de Nazaret fue un hombre a quien Dios acreditó ante vosotros haciendo por medio de él grandes maravillas, milagros y señales.
“Sepa, pues, todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Mesías.”
pero Pedro le dijo: –No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
Pues ante vosotros declaramos, para que lo sepa todo el pueblo de Israel, que este hombre que está aquí, delante de todos, ha sido sanado en el nombre de Jesucristo de Nazaret, el mismo a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó.
que por tu poder sanen a los enfermos y que hagan señales y milagros en el nombre de tu santo siervo Jesús.”
Por medio de los apóstoles se hacían muchas señales y milagros entre la gente, y todos se reunían en el pórtico de Salomón.
Así lo hizo durante muchos días, hasta que Pablo, ya molesto, terminó por volverse y decir al espíritu que la poseía: –¡En el nombre de Jesucristo te ordeno que salgas de ella! En aquel mismo momento, el espíritu la dejó.
Porque si la muerte reinó como resultado del delito de un solo hombre, con mayor razón aquellos a quienes Dios, en su gran bondad y gratuitamente, hace justos, reinarán en la nueva vida por medio de un solo hombre: Jesucristo.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en vosotros.
¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que resucitó, y además está a la derecha de Dios rogando por nosotros.
¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
pero el Señor me ha dicho: “Mi amor es todo lo que necesitas, pues mi poder se muestra plenamente en los débiles.” Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que venga a residir en mí el poder de Cristo.
y cuán grande y sin límites es su poder, el cual actúa en nosotros los creyentes. Este poder es el mismo que Dios mostró con tanta fuerza y potencia Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo derramen su gracia y su paz sobre vosotros. cuando resucitó a Cristo y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, poniéndolo por encima de todo poder, autoridad, dominio y señorío, y por encima de todo lo que existe tanto en este mundo como en el venidero.
Y le pido que de su gloriosa riqueza os dé interiormente poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, y que Cristo viva en vuestro corazón por la fe. Así, firmes y profundamente enraizados en el amor,
Por medio de él creó Dios todo cuanto hay en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, y también los seres espirituales que poseen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe antes de todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden.
Dios quiso habitar plenamente en Cristo, a nuestros fieles hermanos en Cristo, los que en la ciudad de Colosas forman parte del pueblo santo. Que Dios nuestro Padre derrame su gracia y su paz sobre vosotros. y por medio de Cristo quiso poner en paz consigo mismo al universo entero, tanto lo que está en la tierra como lo que está en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que Cristo derramó en la cruz.
Pues cuando os anunciamos el evangelio no fue solamente con palabras, sino también con manifestaciones de poder y del Espíritu Santo, y plenamente convencidos de nuestro mensaje. ¡Bien sabéis cómo nos portamos entre vosotros, buscando vuestro bien!
Estos serán castigados con destrucción eterna. Serán arrojados lejos de la presencia del Señor, y de su gloria y poder,
Esto es muy cierto y todos deben creerlo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Por eso, Dios tuvo misericordia de mí, para que Jesucristo mostrara en mí el primero toda su paciencia. Así yo vine a ser ejemplo para aquellos que por creer en él obtendrán la vida eterna. ¡Honor y gloria por siempre al Rey eterno, al inmortal, invisible y único Dios! Amén.
ha mostrado su amor ahora en Cristo Jesús nuestro Salvador, que ha destruido el poder de la muerte y que, por medio del evangelio, ha sacado a la luz la vida inmortal.
Así como los hijos de una familia son de una misma carne y sangre, así también Jesús fue de carne y sangre humanas para derrotar con su muerte al que tenía poder para matar, es decir, al diablo. De esta manera ha dado libertad a todos los que por miedo a la muerte viven como esclavos durante toda la vida.
Pues nuestro sumo sacerdote puede compadecerse de nuestras debilidades, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; solo que él jamás pecó. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios lleno de amor, para que tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de la necesidad.
Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de rectitud. Cristo fue herido para que vosotros fuerais sanados.
Porque Cristo mismo sufrió la muerte por nuestros pecados, una vez para siempre. Él era inocente, pero sufrió por los malos, para llevaros a Dios. Como ser humano murió, pero como ser espiritual volvió a la vida.
pero el que comete pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Precisamente para esto ha venido el Hijo de Dios: para deshacer lo hecho por el diablo.
porque todo el que es hijo de Dios vence al mundo. Y nuestra fe nos ha dado la victoria sobre el mundo. El que cree que Jesús es el Hijo de Dios vence al mundo.
“Yo soy el alfa y la omega”, dice el Señor, el Dios todopoderoso, el que es y era y ha de venir.
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