La ofrenda es la acción de dar, la ofrenda es agradable ante los ojos de nuestro Dios. Cuando preparas tu ofrenda a Dios debes tomar en cuenta que debe ser lo mejor que tengas y sobre todo hacerlo con la mejor intención de corazón, debe ser gozoso y alegres pues Dios nos ha dado muchísimo más y aun cuando no lo merecemos, Dios ha bendecido en abundancia. Si das solamente lo que te sobra, ya sabes que la vida va a ser igual de generosa contigo. Debemos dar como si fuera para nosotros mismos, no con obligación ni tampoco para que nos sea devuelto. Debemos dar sin alardear, no buscando que se nos alabe por hacerlo. No debe saber nuestra mano izquierda lo que haga nuestra derecha. Nuestro señor ama al que da alegremente, porque Él conoce nuestros corazones. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. (2 corintios 9:7) Ofrendar es dar como señal de adoración parte de lo que Dios nos dio primero. Cuando Dios da, lo hace de forma abundante y generosa. Así que cuando ofrendas de corazón abres las puertas para que Dios nos dé de forma sobreabundante. Mientras más das, más recibes.
porque esto es mi sangre, con la que Dios confirma la alianza, y que va a ser derramada en favor de todos para perdón de los pecados.
Lo mismo hizo con la copa después de haber cenado, y dijo: - Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre, que va a ser derramada en favor vuestro.
De aquí que se le haya confiado a Jesucristo su ministerio más excelso, pues por algo es mediador de una alianza tanto más valiosa, cuanto de más valor son las promesas en que está cimentada. No hubiera sido necesaria una segunda alianza de haber sido perfecta la primera.
Por eso mismo, Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte ha obtenido el perdón de los delitos cometidos durante los tiempos de la antigua alianza, haciendo posible que los elegidos consigan la herencia eterna prometida.
La alianza que concertaré con ellos cuando llegue aquel tiempo, será así - dice el Señor -: inculcaré mis leyes en su corazón y en su misma mente las escribiré, añade: No me acordaré más de sus pecados, ni tampoco de sus iniquidades.
No penséis que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado. Y os aseguro que, mientras existan el cielo y la tierra, la Ley no perderá punto ni coma de su valor. Todo se cumplirá cabalmente.
Dios prometió a Abraham y a sus descendientes que recibirían en herencia el mundo entero. Y no vinculó tal promesa a ley alguna, sino a la fuerza salvadora de la fe.
Hermanos, voy a explicarme con un ejemplo tomado de la vida humana. Aun entre los hombres, nadie puede anular o modificar un testamento legalmente otorgado. Ahora bien, Dios hizo las promesas a Abraham y a su descendencia. No se dice 'y a tus descendientes' , como si fueran muchos, sino 'y a tu descendencia' , refiriéndose a Cristo solamente.
Y si sois de Cristo, también sois descendientes de Abraham y herederos, según la promesa.
Y ahora pregunto: ¿Habrá repudiado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! Que también yo soy israelita, descendiente de Abraham y originario de la tribu de Benjamín. Dios no ha repudiado al pueblo que de antemano había reservado para sí. No desconozco - y vosotros tampoco - lo que narra la Escritura a propósito del profeta Elías cuando interpelaba a Dios en contra de Israel:
Y, puesto que ha habido de por medio un juramento, señal es de que Jesús ha salido fiador de una alianza más valiosa.
Pero, de hecho, Dios recrimina así a los destinatarios de la primera alianza: He aquí que llega el tiempo - dice el Señor - en que yo concertaré una alianza nueva con el pueblo de Israel y el de Judá. No será como la alianza que concerté con sus antepasados, cuando los tomé de la mano y los saqué de Egipto. Como ellos quebrantaron mi alianza, también yo hube de abandonarlos - dice el Señor -. Pero la alianza que concertaré con Israel cuando llegue aquel tiempo, será así - dice el Señor -: Inculcaré mis leyes en su mente y en su mismo corazón las escribiré: yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Esta es la lista de los antepasados de Jesucristo, descendiente de David y de Abrahán: Abrahán fue el padre de Isaac; Isaac, de Jacob, y Jacob de Judá y sus hermanos. Judá fue el padre de Farés y Zara; la madre fue Tamar. Farés fue el padre de Esrón, y Esrón lo fue de Aram. Aram fue el padre de Aminabab; Aminabab, de Naasón, y Naasón, de Salmón. Salmón fue el padre de Booz, la madre fue Rajab. Booz fue el padre de Obel; la madre fue Rut. Obed fue el padre de Isaí, e Isaí fue el padre del rey David. David fue el padre de Salomón; la madre fue la que había sido esposa de Urías. Salomón fue el padre de Roboam; Roboam, de Abías, y Abías, de Asá. Asá fue el padre de Josafat; Josafat, de Joram; Joram, de Ozías; Ozías, de Joatam; Joatam, de Acaz, y Acaz, de Ezequías. Ezequias fue el padre de Manasés; Manasés, de Amós, Amós, de Josías. Josías fue el padre de Jeconías y de sus hermanos en tiempos de la deportación a Babilonia. Después de la deportación, Jeconías fue el padre de Salatiel; Salatiel, de Zorobabel; Zorobabel, de Abiud; Abiud, de Eliakim, y Eliakim, de Azor. Azor fue el padre de Sadoc; Sadoc, de Ajim, y Ajim, de Eliud. Eliud fue el padre de Eleazar; Eleazar, de Matán, y Matán, de Jacob. Por último, Jacob fue el padre de José, el marido de María. Y María fue la madre de Jesús, que es el Mesías. De modo que desde Abraham a David hubo catorce generaciones; otras catorce desde David a la deportación a Babilonia, y otras catorce desde la deportación hasta el Mesías.
que tendría compasión de nuestros antepasados y cumpliría su santa alianza. Y éste es el firme juramento que le hizo a nuestro padre Abraham:
Y las promesas que ellos anunciaron os conciernen a vosotros, lo mismo que la alianza que Dios estableció con vuestros antepasados cuando dijo a abraham: Tu descendencia será fuente de bendición para toda la humanidad.
Ellos descienden de Israel; Dios los ha recibido como hijos y se ha hecho gloriosamente presente en medio de ellos. Suyos son la alianza, la Ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas; de ellos, en cuanto hombre, procede Cristo, que es Dios sobre todas las cosas, bendito por siempre. Amén.
todas las promesas de Dios se han hecho en él realidad. Precisamente por eso, él sustenta el 'Amén' con que nosotros glorificamos a Dios.
Por el contrario, cuantos viven pendientes de cumplir la Ley están bajo el peso de una maldición. Así lo dice la Escritura: Maldito sea quien no cumpla en todo momento lo escrito en el libro de la Ley. Y es evidente que, a base de cumplir la Ley, nadie será restablecido por Dios en su amistad, ya que también dice la Escritura: Aquel a quien Dios restablece en su amistad por medio de la fe vivirá. Pero la Ley no se nutre de la fe, sino que está escrito: Quien cumple sus preceptos, por ellos vivirá. Fue Cristo quien nos libró de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldito. Que no en vano afirma la Escritura: Maldito sea todo el que pende de un madero. La bendición de Abraham alcanzará así, por medio de Cristo Jesús, a todas las naciones, y nosotros recibiremos, mediante la fe, el Espíritu que Dios prometió.
Y, efectivamente, aquella primera alianza disponía de un ritual para el culto y de un santuario terrestre.
Con esto quiere dar a entender el Espíritu Santo que, mientras se ha mantenido en pie la primera parte del santuario, el camino al 'lugar santísimo' ha estado cerrado. Todo lo cual tiene un alcance simbólico referido a nuestro tiempo. En efecto, las ofrendas y sacrificios presentados en aquel santuario eran incapaces de perfeccionar interiormente a quien las presentaba.
Os digo que no volveré a beber de este fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre.
- ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, que ha venido a auxiliar y a dar la libertad a su pueblo! Nos ha suscitado ahora un poderoso salvador de entre los descendientes de su siervo David.
Porque la promesa os corresponde a vosotros y a vuestros hijos, e incluso a todos los extranjeros que reciban la llamada del Señor, nuestro Dios.
Toda diferencia entre judío y no judío ha quedado superada, pues uno mismo es el Señor de todos, y su generosidad se desborda con todos los que le invocan. Así que la salvación está al alcance de todo aquel que invoca el nombre del Señor.
Pero vosotros sois 'raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su posesión', destinado a cantar las grandezas del Dios que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa.
Por eso precisamente la promesa está vinculada a la fe, a fin de que al ser gratuita quede asegurada para todos los descendientes de Abraham; no sólo para los que están vinculados a la Ley, sino también para los que tienen su fe. Abraham, pues, es nuestro padre común,
Hermanos, voy a explicarme con un ejemplo tomado de la vida humana. Aun entre los hombres, nadie puede anular o modificar un testamento legalmente otorgado.
Pero, al llegar el momento cumbre de la historia, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la Ley, para liberarnos del yugo de la Ley y alcanzarnos la condición de hijos adoptivos de Dios.
No penséis que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado.
La alianza que concertaré con ellos cuando llegue aquel tiempo, será así - dice el Señor -: inculcaré mis leyes en su corazón y en su misma mente las escribiré,
Entonces alcanzará también la salvación a todo el pueblo de Israel, conforme a lo que dice la Escritura: De Sión vendrá el libertador que alejará la iniquidad del pueblo de Jacob. Yo borraré sus pecados, y quedará así mi alianza establecida.
Este es mi siervo, a quien yo he elegido; yo le amo y él es toda mi alegría. Le daré mi espíritu para que anuncie mi justicia a todo el mundo.
Debéis saber que habéis sido liberados de la estéril situación heredada de vuestros mayores, no conviene caducos como son el oro y la plata, sino con la sangre de Cristo; una sangre preciosa, como cordero sin mancha y sin tacha.
¿Qué añadir a todo esto? Si Dios está a nuestro favor, ¿quién podrá estar contra nosotros?
Id a aprender qué significa aquello de Yo no quiero que me ofrezcáis sacrificios, sino que seáis compasivos. Yo no he venido a llamara los buenos, sino a los pecadores.
Restablecidos, pues, en la amistad divina por medio de la fe, Jesucristo nuestro Señor nos mantiene en paz con Dios. Cristo mismo ha sido quien nos ha instalado, mediante la fe, en esta situación de gracia en que vivimos y nos hace poner nuestra honra en la esperanza de participar en la gloria de Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desfallecemos, a su tiempo recogeremos una magnífica cosecha.
Pedid, y os darán; buscad, y encontraréis; llamad, y Dios os abrirá la puerta. Pues todo el que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, Dios le abrirá la puerta.
No me avergüenzo de anunciar este mensaje, que es fuerza salvadora de Dios para todo creyente, tanto si es judío como si no lo es. Por él se nos da a conocer el hecho de que Dios nos restablece en su amistad por medio de una fe en continuo crecimiento. Lo dice la Escritura: Aquel a quien Dios restablece en su amistad por medio de la fe alcanzará la vida.
Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas.
Que el Dios de la paz, el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo y le constituyó supremo Pastor del rebaño en virtud de la sangre con que ha quedado sellada una alianza eterna, os ponga a punto en todo bien, para que podáis cumplir su voluntad. Que él lleve a cabo en vosotros, por medio de Jesucristo, aquello que le agrada. A él sea la gloria por siempre jamás. Amén.
Jesús continuó su camino. Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado en su despacho de recaudación de impuestos, y le dijo: -Vente conmigo. Y Mateo se levantó y se fue con él. Más tarde, Jesús fue con sus discípulos a comer a casa de Mateo. Acudieron también muchos publicanos y gente de mala reputación,que se sentaron con ellos a la mesa.
Y no es que Dios haya sido infiel a su promesa. Lo que sucede es que no todos los que son israelitas de nombre lo son también de corazón.
Lejos de hacerle vacilar, la promesa de Dios robusteció su fe. Reconoció así la grandeza de Dios,
En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Ninguna ley existe en contra de todas estas cosas.
Únete al canal de BibliaTodo en tu app favorita: